Cuba: un museo del robo y la vagancia
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Cuba: un museo del robo y la vagancia
Cuba: un museo del robo y la vagancia
La Habana es, a pesar de todo cuanto digan las estadísticas de la prensa oficial, una ciudad cada vez más insegura
Jorge Ángel Pérez
Martes, 21 de agosto, 2018 | 8:23 am
Foto Archivo
LA HABANA, Cuba.- Amalia no había conseguido vencer las dos cuadras que la separaban del Banco en el que cobró su mísera pensión, cuando dos individuos montados en una bicicleta le arrebataron su cartera. Tan fuerte tiraron de su bolso que la hicieron caer al suelo. Amalia, según me cuenta, sintió el crujir del hueso, pero se preocupó más por el bolso que se alejaba en una bicicleta guiada por dos ladrones, ese en el que guardara los doscientos pesos de su “retiro”.
Ella no consigue olvidar el episodio. Recuerda el auxilio de unos vecinos del lugar quienes la llevaron al hospital, y el instante en el que su hija llegó desesperada, después de que le avisaran del atraco. El médico no tuvo dudas, cuenta la hija. “Una fractura del fémur derecho”, dijo, y luego lo confirmó la radiografía.
El dolor de Amalia no cesa, incluso tras la operación, y tampoco consiguió reconciliarse con la pérdida del “dinerito”. Ella pasa los días recordando el suceso, el anuncio del médico de la placa de metal y los tornillos, la difícil recuperación, los dolores. Hace muy pocos días volvió a su casa, y mira el bastón de cuatro patas con mucho escepticismo. Pero Amalia piensa en los ladrones, esos que jamás fueron atrapados.
Amalia no ha vuelto al Banco a cobrar su mísera pensión, no sabe si volverá a caminar, y llora. No consigue entender. “Me desgraciaron el final de mi vida por ocho CUC”, así dice, y llora. Quien converse con ella, quien la mire, podrá notar el temblor en su voz, la angustia en sus ojos, el miedo que no cesa, aunque esté resguardada por las paredes de su casa.
Y es que en Cuba las paredes ya no resguardan. Cualquier puerta es vulnerable. Todo es frágil ante la maldad de los ladrones. En esta Isla no hay seguridad. La historia de Amalia es solo una entre muchas. En Cuba la delincuencia se apodera de las calles, es parte de la cotidianidad, y los casos que tienen solución son cada vez menos aunque sean muchas las tropelías. El robo está entre lo más común del paisaje nacional, pero la policía no consigue la mayoría de las veces atrapar a los ladrones.
Ya no hay barrios tranquilos. Nuevo Vedado, ese reparto que alguna vez albergó a buena parte de la burguesía habanera y a familias de clase media bien alta, es hoy una de las zonas más atacadas, sin que aparezcan jamás los autores de tales fechorías. Según los vecinos el número de depredaciones resulta alarmante, y también las consecuencias, porque muchas veces es usada la violencia. En ocasiones los ladrones vacían casas enteras, usando camiones para transportar lo robado y conseguir la evasión.
Foto Archivo
En otros barrios periféricos la alarma es menor, y no porque desapareciera en ellos la ratería; en esos paisajes el mal es tan común que apenas se le dedica un par de comentarios y alguna mirada compasiva. En esos sitios no hay mucho que robar, y los perjudicados se acostumbran más fácilmente al crecimiento de sus miserias.
La Habana es, a pesar de todo cuanto digan las estadísticas de la prensa oficial, una ciudad cada vez más insegura, donde la delincuencia crece por día, al mismo ritmo que la miseria, y lo peor es que sus habitantes ya perdieron toda fe en las autoridades. Son muchos los que deciden no llamar a la policía. La Habana, la Isla entera, es insegura, y en cualquier rincón aparece un violador, un asesino, un ladrón.
La Cuba de hoy se parece cada vez más a esa que describió José Antonio Saco en “Memorias sobre la vagancia en la isla de Cuba” escrita en el siglo XIX. Saco advirtió hace ya mucho sobre la poca disposición en la Isla para el trabajo y todo lo que acarreaba esto para el desarrollo de la delincuencia, y advirtió como una de las causas de tales comportamientos la predilección por el juego, que se mantiene hasta hoy.
Sucede hoy lo mismo que en época de Saco. El gobierno, que todo lo regenta, no proporciona trabajos decorosos y bien remunerados a sus ciudadanos, quienes se ven obligados a jugar, a prostituirse o a robar, lo que resulta siempre mucho más redituable que cumplir con un trabajo de ocho horas por un salario miserable.
Saco alertó sobre lo bueno que era dar “instrucción”; y de la educación se jacta este gobierno cada día, aunque no ofrezca ocupaciones bien pagadas a “tantos instruidos”… Saco supuso en esa instrucción un muro de contención contra la delincuencia, que la enseñanza ayudaría a la plena vocación hacia el trabajo. La “revolución” ostenta sus “avances en la educación”, sin embargo, y a pesar de que nunca hubo tantos universitarios como hoy, la delincuencia se convirtió en uno de nuestros males más visibles, y en muchos casos quienes salen de las grandes academias cubanas, “meten también la mano”.
Ciento trece años después de que Saco escribiera su libro, nos advertía Emilio Roig de Leuchsenring que las causas de la vagancia, esas que propician el juego y el robo, eran las mismas de antaño, y nos hizo notar que los jóvenes, en 1943, se detenían en las esquinas o recorrían las calles y las plazas de La Habana buscando un medio de sobrevivencia. Lo mismo ocurre hoy, y quien lo dude que visite cualquier plaza de la ciudad, y que recorra sus calles.
Las palabras soeces, las disputas, las riñas, los escándalos, alarmaron a Roig como hoy nos inquietan a nosotros. Él menciona a los niños que buscan el sustento en la calle, lo que sucede ahora en cualquier ciudad cubana. ¿Quién no vio a un pequeño con la mano abierta esperando una limosna? Y en unos años ese niño, como en épocas de Saco o Leuchsenring, ¿no será capaz de forzar una puerta para robar luego?
Resulta que la delincuencia es, también, autodefensiva, y son muchos los modelos que en Cuba muestran las maneras de conseguir el triunfo, pero muy pocos tienen que ver con el trabajo “honrado”, ese que solo ofrece un salario miserable. Son muchas las diferencias entre los cubanos. Un abismo se presenta entre los deleites que disfrutan algunos con las languideces de la mayoría, y sin dudas esa es una de las razones que llevan a la depredación y al robo.
Nuestros ladrones son idénticos a los de cualquier sociedad, estamos repletos de pícaros y antihéroes. En Cuba tenemos nuestros “Bonnie and Clyde”, y otros miles de ladrones, y no dudo que en algún momento se nos haga creer que también gozamos de la existencia de algunos héroes ladrones, como Vincenzo Peruggia, aquel italiano que se hiciera famoso tras evadir la guardia del Louvre después de robar la Mona Lisa para devolverla a su país de origen. Esta es una sociedad plagada de diferencias, donde también los pobres quieren conseguir lo que otros tienen, y donde se hace cualquier cosa para alcanzarlo.
Y pensándolo bien, sí que tenemos héroes ladrones, y para probarlo menciono entonces a esos que, en nombre del pueblo, robaron a María Luisa Gómez Mena, la condesa de Revilla Camargo, un montón de cosas valiosísimas. Entre ellas una cómoda Rococó, el secretaire de María Antonieta y un raudal de Lalique, como también a su hermano le robaron ese edificio que los habaneros conocen como Manzana de Gómez, y que ahora convirtieron en un lujoso, y muy caro hotel, al que los cubanos no pueden entrar si no robaron antes.
https://www.cubanet.org/destacados/cuba-museo-del-robo-la-vagancia/
La Habana es, a pesar de todo cuanto digan las estadísticas de la prensa oficial, una ciudad cada vez más insegura
Jorge Ángel Pérez
Martes, 21 de agosto, 2018 | 8:23 am
Foto Archivo
LA HABANA, Cuba.- Amalia no había conseguido vencer las dos cuadras que la separaban del Banco en el que cobró su mísera pensión, cuando dos individuos montados en una bicicleta le arrebataron su cartera. Tan fuerte tiraron de su bolso que la hicieron caer al suelo. Amalia, según me cuenta, sintió el crujir del hueso, pero se preocupó más por el bolso que se alejaba en una bicicleta guiada por dos ladrones, ese en el que guardara los doscientos pesos de su “retiro”.
Ella no consigue olvidar el episodio. Recuerda el auxilio de unos vecinos del lugar quienes la llevaron al hospital, y el instante en el que su hija llegó desesperada, después de que le avisaran del atraco. El médico no tuvo dudas, cuenta la hija. “Una fractura del fémur derecho”, dijo, y luego lo confirmó la radiografía.
El dolor de Amalia no cesa, incluso tras la operación, y tampoco consiguió reconciliarse con la pérdida del “dinerito”. Ella pasa los días recordando el suceso, el anuncio del médico de la placa de metal y los tornillos, la difícil recuperación, los dolores. Hace muy pocos días volvió a su casa, y mira el bastón de cuatro patas con mucho escepticismo. Pero Amalia piensa en los ladrones, esos que jamás fueron atrapados.
Amalia no ha vuelto al Banco a cobrar su mísera pensión, no sabe si volverá a caminar, y llora. No consigue entender. “Me desgraciaron el final de mi vida por ocho CUC”, así dice, y llora. Quien converse con ella, quien la mire, podrá notar el temblor en su voz, la angustia en sus ojos, el miedo que no cesa, aunque esté resguardada por las paredes de su casa.
Y es que en Cuba las paredes ya no resguardan. Cualquier puerta es vulnerable. Todo es frágil ante la maldad de los ladrones. En esta Isla no hay seguridad. La historia de Amalia es solo una entre muchas. En Cuba la delincuencia se apodera de las calles, es parte de la cotidianidad, y los casos que tienen solución son cada vez menos aunque sean muchas las tropelías. El robo está entre lo más común del paisaje nacional, pero la policía no consigue la mayoría de las veces atrapar a los ladrones.
Ya no hay barrios tranquilos. Nuevo Vedado, ese reparto que alguna vez albergó a buena parte de la burguesía habanera y a familias de clase media bien alta, es hoy una de las zonas más atacadas, sin que aparezcan jamás los autores de tales fechorías. Según los vecinos el número de depredaciones resulta alarmante, y también las consecuencias, porque muchas veces es usada la violencia. En ocasiones los ladrones vacían casas enteras, usando camiones para transportar lo robado y conseguir la evasión.
Foto Archivo
En otros barrios periféricos la alarma es menor, y no porque desapareciera en ellos la ratería; en esos paisajes el mal es tan común que apenas se le dedica un par de comentarios y alguna mirada compasiva. En esos sitios no hay mucho que robar, y los perjudicados se acostumbran más fácilmente al crecimiento de sus miserias.
La Habana es, a pesar de todo cuanto digan las estadísticas de la prensa oficial, una ciudad cada vez más insegura, donde la delincuencia crece por día, al mismo ritmo que la miseria, y lo peor es que sus habitantes ya perdieron toda fe en las autoridades. Son muchos los que deciden no llamar a la policía. La Habana, la Isla entera, es insegura, y en cualquier rincón aparece un violador, un asesino, un ladrón.
La Cuba de hoy se parece cada vez más a esa que describió José Antonio Saco en “Memorias sobre la vagancia en la isla de Cuba” escrita en el siglo XIX. Saco advirtió hace ya mucho sobre la poca disposición en la Isla para el trabajo y todo lo que acarreaba esto para el desarrollo de la delincuencia, y advirtió como una de las causas de tales comportamientos la predilección por el juego, que se mantiene hasta hoy.
Sucede hoy lo mismo que en época de Saco. El gobierno, que todo lo regenta, no proporciona trabajos decorosos y bien remunerados a sus ciudadanos, quienes se ven obligados a jugar, a prostituirse o a robar, lo que resulta siempre mucho más redituable que cumplir con un trabajo de ocho horas por un salario miserable.
Saco alertó sobre lo bueno que era dar “instrucción”; y de la educación se jacta este gobierno cada día, aunque no ofrezca ocupaciones bien pagadas a “tantos instruidos”… Saco supuso en esa instrucción un muro de contención contra la delincuencia, que la enseñanza ayudaría a la plena vocación hacia el trabajo. La “revolución” ostenta sus “avances en la educación”, sin embargo, y a pesar de que nunca hubo tantos universitarios como hoy, la delincuencia se convirtió en uno de nuestros males más visibles, y en muchos casos quienes salen de las grandes academias cubanas, “meten también la mano”.
Ciento trece años después de que Saco escribiera su libro, nos advertía Emilio Roig de Leuchsenring que las causas de la vagancia, esas que propician el juego y el robo, eran las mismas de antaño, y nos hizo notar que los jóvenes, en 1943, se detenían en las esquinas o recorrían las calles y las plazas de La Habana buscando un medio de sobrevivencia. Lo mismo ocurre hoy, y quien lo dude que visite cualquier plaza de la ciudad, y que recorra sus calles.
Las palabras soeces, las disputas, las riñas, los escándalos, alarmaron a Roig como hoy nos inquietan a nosotros. Él menciona a los niños que buscan el sustento en la calle, lo que sucede ahora en cualquier ciudad cubana. ¿Quién no vio a un pequeño con la mano abierta esperando una limosna? Y en unos años ese niño, como en épocas de Saco o Leuchsenring, ¿no será capaz de forzar una puerta para robar luego?
Resulta que la delincuencia es, también, autodefensiva, y son muchos los modelos que en Cuba muestran las maneras de conseguir el triunfo, pero muy pocos tienen que ver con el trabajo “honrado”, ese que solo ofrece un salario miserable. Son muchas las diferencias entre los cubanos. Un abismo se presenta entre los deleites que disfrutan algunos con las languideces de la mayoría, y sin dudas esa es una de las razones que llevan a la depredación y al robo.
Nuestros ladrones son idénticos a los de cualquier sociedad, estamos repletos de pícaros y antihéroes. En Cuba tenemos nuestros “Bonnie and Clyde”, y otros miles de ladrones, y no dudo que en algún momento se nos haga creer que también gozamos de la existencia de algunos héroes ladrones, como Vincenzo Peruggia, aquel italiano que se hiciera famoso tras evadir la guardia del Louvre después de robar la Mona Lisa para devolverla a su país de origen. Esta es una sociedad plagada de diferencias, donde también los pobres quieren conseguir lo que otros tienen, y donde se hace cualquier cosa para alcanzarlo.
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