Velada confesión por Yoani
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Velada confesión por Yoani
Velada confesión
“Habrá que resolver de otra manera” le comentó Jorge a su hermano cuando se enteró de la supresión del almuerzo en varios centros laborales. Su puesto de cocinero en una dependencia estatal le había hecho vivir al margen del simbólico salario que recibe cada mes. Gracias al desvío de alimentos y su posterior venta en el mercado negro, logró cambiar su pequeña casa por otra más amplia. Adquirió un DVD-Player que le evita ver la aburrida programación televisiva y hasta llevó sus hijos a Varadero en las vacaciones pasadas. Su negocio era sencillo: se encargaba de proveer arroz a un kiosco que ofertaba cajas con comida, suministraba aceite -que extraía del almacén- a un cuentapropista y una vendedora de sándwich le pagaba por esos panes que nunca llegaban a la bandeja de los trabajadores.
Ahora todo parece haber terminado para este ágil comerciante de lo ajeno. En varios ministerios se comenzará a distribuir 15 pesos cubanos para que los empleados se organicen por sí mismos la comida del mediodía. La cifra ha sorprendido a muchos, especialmente a aquellos que ganan menos de esa cantidad por una jornada laboral de ocho horas. Si el importe entregado para almorzar asciende a tal número, entonces el Estado cubano está reconociendo que para sufragar los gastos de alimentación y transporte debería pagar -al menos- tres veces esa cantidad por cada día de trabajo.
Ya Jorge está pensando cambiar de empleo dentro de la misma empresa y asumir el cargo de administrador. Hasta hace una semana, ese era un puesto con demasiadas responsabilidades y poca “búsqueda”, pero repentinamente se ha vuelto una posición atractiva. En sus manos estará confirmar cuántos días asistió un empleado para que éste reciba el pago para almorzar. Ya tiene planeado hacerse de la vista gorda ante las ausencias de los trabajadores y dividirá el monto del almuerzo entre él y el empleado que no vino. Cambiará gustosamente los sacos de frijoles y harina por las nóminas y las tarjetas donde se apunta la asistencia. Quizás para el próximo año pueda llevar a su familia a la lejana playa de Baracoa.
“Habrá que resolver de otra manera” le comentó Jorge a su hermano cuando se enteró de la supresión del almuerzo en varios centros laborales. Su puesto de cocinero en una dependencia estatal le había hecho vivir al margen del simbólico salario que recibe cada mes. Gracias al desvío de alimentos y su posterior venta en el mercado negro, logró cambiar su pequeña casa por otra más amplia. Adquirió un DVD-Player que le evita ver la aburrida programación televisiva y hasta llevó sus hijos a Varadero en las vacaciones pasadas. Su negocio era sencillo: se encargaba de proveer arroz a un kiosco que ofertaba cajas con comida, suministraba aceite -que extraía del almacén- a un cuentapropista y una vendedora de sándwich le pagaba por esos panes que nunca llegaban a la bandeja de los trabajadores.
Ahora todo parece haber terminado para este ágil comerciante de lo ajeno. En varios ministerios se comenzará a distribuir 15 pesos cubanos para que los empleados se organicen por sí mismos la comida del mediodía. La cifra ha sorprendido a muchos, especialmente a aquellos que ganan menos de esa cantidad por una jornada laboral de ocho horas. Si el importe entregado para almorzar asciende a tal número, entonces el Estado cubano está reconociendo que para sufragar los gastos de alimentación y transporte debería pagar -al menos- tres veces esa cantidad por cada día de trabajo.
Ya Jorge está pensando cambiar de empleo dentro de la misma empresa y asumir el cargo de administrador. Hasta hace una semana, ese era un puesto con demasiadas responsabilidades y poca “búsqueda”, pero repentinamente se ha vuelto una posición atractiva. En sus manos estará confirmar cuántos días asistió un empleado para que éste reciba el pago para almorzar. Ya tiene planeado hacerse de la vista gorda ante las ausencias de los trabajadores y dividirá el monto del almuerzo entre él y el empleado que no vino. Cambiará gustosamente los sacos de frijoles y harina por las nóminas y las tarjetas donde se apunta la asistencia. Quizás para el próximo año pueda llevar a su familia a la lejana playa de Baracoa.
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