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Mi madre

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Mensaje por Azali Mar Oct 06, 2009 1:19 am

domingo 2 de marzo de 2008


Mi madre


Mi madre OrquideaHace un poco más de cuatro años, partió para siempre. Murió en la que fue por más de cincuenta años su casa, ya casi vacía de hijos y nietos, libros y objetos. Pudo aliviarse en sus últimos días no por la Revolución, a la que dio todo y por la que perdió casi todo, sino por la ayuda de familiares médicos que consiguieron, haciendo lo indecible, un balón de oxígeno y paliativos necesarios.
Tenía ya casi cuarenta años el 1ro de Enero del 1959. Había estudiado Estomatología en la Universidad de La Habana, graduándose en 1948. Nos contaba como ella, para poder comprarse una merienda, iba caminando desde Animas y Amistad hasta la Escuela de Estomatología en la Quinta de los Molinos (G y Carlos III), una distancia de más de 8 km. Así invertía el dinero del pasaje del tranvía, en un refrigerio.
Mi padre, oficial de la Marina de Guerra, participa en el Levantamiento de Cienfuegos siendo hecho prisionero y condenado a seis años de prisión. Muchas veces le pregunté que lo había motivado. Él, oficial y docente de la Academia Naval, ella doctora con un gabinete dental. A Fidel lo había conocido en la Universidad, cuando él pertenecía a “Los estudiantes del gatillo alegre”, y nunca fue “santo de su devoción”, pues siempre estaba metido en todo alboroto que se produjera. Simplemente querían, como muchos, volver a la institucionalidad y que se acabaran los asesinatos y el desasosiego en el que vivían desde el 1952. A esto se añade una situación que se había creada en la Marina, de la que muy poco se habla. En la oficialidad existía un gran descontento, pues Batista introducía en los diferentes mandos cada vez más a militares amigos ajenos a la Marina. ¡Quién les diría que Raúl Castro haría lo mismo a finales de los años sesenta, pero más drásticamente, licenciando a todo oficial que no hubiera pertenecido al Ejército Rebelde!. Fueron algo más de dos años muy duros para mi madre. Los “amigos”, con excepción del Flaco, desaparecieron. A la consulta no iba nadie. Mi madre se tuvo que ganar la vida vendiendo productos Avon de puerta en puerta. Así mantuvo la casa y a su hijo. Cuando triunfó la Revolución creyó que habían logrado al fin algo “grande”. Se lanzó, aún con mi hermano en sus entrañas, a la “tareas de choque” de los primeros años. Subió y bajo escaleras con casi nueve meses de embarazo haciendo el “Censo de la Manteca”, empezó a trabajar en Rancho Boyeros, en un Instituto Tecnológico. Donde se necesitó a un dentista. Interminables viajes y caminatas. Entregó su consulta particular a la Revolución, pues todos se deberían poner a favor del pueblo. Su primera gran desilusión fue el licenciamiento por orden de Raúl de todos los altos oficiales de la Marina. Desde el inicio no los “tragaban”. Les recriminaban “estar limpiecitos y vestidos de blanco”, como les dijo una vez el Che. Es decir, para ser revolucionario había que vestir verde olivo, con botas sucias y estar desaliñados. De la noche a la mañana encontró a mi padre sentado en la sala, vestido de civil, con la mirada perdida en el horizonte.
Como era una magnífica dentista y especializada, la llamaron a que atendiera a los deportistas de alto rendimiento. Trabajó hasta los 65 años. Se tuvo que retirar en plena facultad de trabajo, pues si no perdía la posibilidad de retirarse con 250 pesos. Un año antes recibiría un golpe del que nunca se repuso, si bien sabía que fue una decisión correcta, cuando nos dijo adiós. Solo atinó a escribir unos versos:
Te vas de mí y me lo dejas todo / me dejas tu mirada me dejas tu sonrisa / me dejas la ternura cálida de tu voz / me queda el gran vacío que deja tu presencia /mas, no me dejas fuerzas… para decirte adiós.
Llegaron los años 90. Tuvo que venderlo todo. Nuestros libros, objetos de cualquier valor, sus colecciones de monedas. Quedose sólo con el polvo, que no podía limpiar por no tener ni un paño. Podía entender que Cuba fuera pobre, pero no podía entender el derroche de las familias de los dirigentes, que no se limitaba a la primera descendencia, sino a todo la claque. No podía entender la causa por la que nuestros vecinos, se pasaban todos los fines de semana en Varadero, cuando ellos tenía que pagar a 25 pesos la libra de leche en polvo en el mercado negro, para aunque sea tener un desayuno. Veía a sus antiguas compañeras de trabajo, profesionales, teniendo que limpiar pisos para subsistir. ¡Doctores limpiando piso o vendiendo maní!
Al fin, perdió lo último. La ilusión de haber construido algo nuevo. Quedose frente al televisor esperando con ansias que no quitaran el fluido eléctrico o que la Mesa Redonda no se extendiera horas para ver su novela o la película del sábado.
Cuando enfermó al final de su vida vivió la experiencia de la verdadera potencia médica. Desde el médico de familia que en más de dos años no se percató de la verdadera enfermedad, hasta la carencia casi total de medios y medicinas. Lo que le enviaba por correo se lo robaban en la oficina de correos, o quizás ni allí llegaba. Solo lo que se envió con alguien llegó, mitigando su pena. Su Odisea en el Hospital Oncológico pudiera llenar libros. ¡Aún teniendo familiares médicos que ayudaron con creces!
Educó a sus hijos en la honestidad. Nos repetía diariamente a José Ingenieros, para que evitáramos la mediocridad. A sus últimos versos los tituló “Anhelo de un Ocaso”, yo lo extiendo con una frase. ¡Gracias Fidel!



Siempre anhelé, al declinar la vida / Un hogar dulce con calor de nido / donde mi ancianidad fuera apacible / querida y respetada por los míos.

Que la pasión que antaño era la fuente / diera paso feliz a la ternura/ y un beso puro en mi abatida fuente/ fuera el gran creador de mi estructura.

Que colmando de dichas mis auroras / en radiante y eterna primavera/ haciéndome olvidar mis lilas horas / una voz infantil, diciendo abuela.

Pero el destino, como roca enhiesta / enclavada en el medio del remanso / hace romper con furia y con espuma / cual ola de una mar embravecida / toda esa paz, conque soñó mi vida.

Publicado por analista en 2:30

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