Del Racismo y el Clasismo en Cuba: De criada a “la compañera que trabaja en la casa”.
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Del Racismo y el Clasismo en Cuba: De criada a “la compañera que trabaja en la casa”.
Del Racismo y el Clasismo en Cuba: De criada a “la compañera que trabaja en la casa”. (III de una serie).
2009 Diciembre 8
de Zoé Valdés
DEL RACISMO Y EL CLASISMO EN CUBA: DE CRIADA A “LA COMPAÑERA QUE TRABAJA EN LA CASA”.
No sé por qué, pero siempre que llamo a Cuba me entran unos dolores de cabeza y de barriga inaguantables, aún cuando tengo todo preparado: la introducción, las preguntas, es algo más fuerte que yo. Conecto con el móvil de Emma, responde ella a los pocos timbrazos. Se encuentra en la casa de un amigo de Armandina, en La Habana del Este. Armandina vive en Alamar, pero prefiere que la entrevisten en la casa de un amigo al que conoce desde hace más de cuarenta años.
¿Qué hacía usted antes de la llegada de Castro al poder?
Empecé a trabajar con 12 años, limpiando pisos, éramos muy pobres, oriundas de Santa Clara, y entonces decidimos mis hermanas y yo viajar a La Habana para tentar suerte.
¿Trabajaba limpiando casas de ricos?
No, yo limpiaba todo tipo de casas, limpiaba casas de vecindad y edificios por la mañana, y luego tenía dos casas de gente bien que estaban situadas en el Vedado. Tomaba mi guagua y me iba cada tarde a aquellas casas.
¿Cuánto ganaba?
Lo suficiente para comer tres veces al día, vestirme sin mucha cosa, pero de manera decente y como era joven cualquier vestido me quedaba pintado, podía alquilar mi cuarto, y también me daba mis gustos, por ejemplo el de salir a bailar, que era lo que más me gustaba de La Habana.
¿Con sus hermanas?
Sí, con mis hermanas alquilábamos tres cuartos a los que le abrimos las puertas que los separaban e hicimos una especie de apartamentico. Y con ellas, mayores que yo, empecé a frecuentar los clubes de baile a partir de que cumplí los 15 años. Mis padres se quedaron en Santa Clara.
¿Cómo la trataban en los lugares en los que trabajaba, siendo usted pobre y del campo?
Bueno, había de todo. Pero tengo que decir la verdad. En los edificios me trataban bien. En las dos casas en las que me desenvolvía como criada me respetaban, y se dirigían a mí fríamente en una, en otra cariñosamente, no puedo decir otra cosa. En épocas de Navidad me hacían regalos, el aguinaldo, etc. Y claro, siempre algún miembro de la familia se portaba de manera más amable que otros. Los había bastante pesados también.
¿Cuál era su sueño, qué quería ser usted?
Enfermera.
¿Pudo estudiarlo cuando cambió el sistema durante el castrismo?
Pude antes, yo estudiaba enfermería, a la llegada de este Señor (Fidel Castro) paré todo; terminé la enfermería bastante tarde, porque antes debí, por obligación, realizar tareas en el campo, tuve que regresar al campo y trabajar… Las personas para las que trabajaba, de las familias: una parte se fue del país, la otra se convirtió en revolucionaria, se transformaron de la noche a la mañana en fidelistas, a última hora. Y ahí fue donde empezó a ponérseme la cosa fea, porque se acabaron las limpiezas en los edificios, y se abolieron las criadas.
¿Y entonces?
Para el campo de cabeza, a trabajar allá, en lo que fuera… Un tiempo después regresé a La Habana, empecé a limpiar en un hospital militar, y ahí me volví a empatar con los estudios de enfermería.
¿Usted consiguió ser militante del Partido?
No, en mi casa éramos católicos. Y siempre me las arreglé para evadir eso, pero, me lo hicieron pagar, porque como usted podrá comprender ser miembro del Partido facilitaba el acceso a cualquier escuela, organismo, puesto de trabajo, etc. Al no cumplir yo con ese requisito de la militancia, que ellos llamaban requisito idóneo, pues, se trabó el paraguas. Así y todo terminé, y me quedé trabajando en el hospital militar, el de aquí, el Naval. Y nada, vi tantas cosas allí, que me fui y no volví más. Entonces empezó la persecución… Cambié de dirección en varias ocasiones y de ese modo pude escapar a la vigilancia permanente. Es largo de contar…
¿Qué vio?
¿En el hospital? De todo. Yo estuve en la época en que si llegaba un soldado cubano al hospital y llegaba un ruso, pues el privilegio era del ruso. No olvide que esto estaba lleno de rusos. Y fui testigo de la tortura a través de la medicina, aplicada a presos que llegaban directo de las cárceles y volvían a ella destruídos, y vi mucho en relación a la diferencia de estatus. A un niño de militar de grados bajos no lo trataban de la misma manera que a un hijo de pincho… Y la falta de ética médica, y la política antes que la medicina, cuando la guerra en África. Un horror.
Según me cuentan usted volvió a ser criada…
No, ya era diferente. O sea, en lo único en que se diferenciaba era en la forma de llamarme, en lugar de ser criada me convertí en “la compañera que trabaja en la casa”.
¿Para quiénes trabajó y cómo se contactó con esas personas o como ellas la contactaron a usted?
Trabajé para altos dirigentes. Me contactó un hermano de una de las familias para las que yo trabajaba antes del año fatídico. Él me recordaba, habíamos tenido una relación sentimental –a pesar de nuestras diferencias sociales-, y él sabía que yo era una persona discreta, por eso me apreciaba. Nos encontramos por azar, me preguntó a qué me dedicaba y le conté que estaba prófuga de mi trabajo y buscando la manera de encontrar algo que me pudiera sentir protegida. Le conté la verdad a medias, me reservé los peores cuadros. Entonces nos dimos cita para dos días después, y cuando volvimos a vernos ya me había conseguido ese puesto en la casa de un dirigente.
¿Qué hacía?
De todo. Llegaba temprano, limpiaba, cocinaba, cuidaba de la casa y de los niños. Incluso, cuando lo tronaron, tuve que guardar muchos de sus papeles en mi casa.
¿De quién me habla?
Mire, si se lo digo sabrán quién soy, y no quiero correr riesgo alguno, pero era una de las personas más importantes en este país en los años 80. Su vida se hizo trizas.
¿Era correcto con usted?
Le seré sincera, no lo era. Se mostraba arrogante, había días en que ni me saludaba, me pagaba mal, aunque no era él quien lo hacía, era el estado. Su mujer era diferente, pero bastante creidita también… Su madre era una señora de ley, y por ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo. Era una señora de las del tiempo de antes, y los niños me daban mucha pena, bastante rebeldes, por cierto.
O sea que antes se trataba mejor a una criada que lo que los comunista trataban a una “compañera que trabaja en la casa”.
Antes había de todo como en botica –no se puede generalizar-, pero sobre todo existía el respeto a la persona que se ocupaba del día a día. Pero le diré algo, como yo soy blanca, para mí era más fácil; era pobre, guajira y eso era lo que contaba en mi contra, por eso fui criada, y a mucha honra. Pero luego, se suponía que la cosa se hubiera arreglado, que hubiera mejorado, ¿no?, Pues no, no sucedió de la manera que tanto cacarearon. Y en muchas ocasiones oí decir al pincho, que me estaban haciendo un tremendo favor porque en épocas del capitalismo habría pasado las de quinientas, y que me habrían botado a cajas destempladas. Bueno, yo ganaba más en la época de Batista que con ellos, los comunistas, y ellos, siendo comunistas, me explotaban más, porque no tenía un día de descanso, eso no existía para mí. Aparte el riesgo, la humillación permanente.
¿A qué se dedica ahora?
A nada. Estoy molida de cansancio. Mis hermanas me mandan dinero desde fuera. Me quedé aquí porque nunca pude irme debido a que trabajaba con dirigentes de alto rango, y tampoco deseaba que le pasara nada a mis hijos; incluso durante años no pude ni siquiera escribirle a mi familia que vive fuera.
¿Son exiliadas?
Asiente con un sonido onomatopéyico. ¿Desearía que contacte con sus hermanas? No, ella no quiere buscarle problemas a nadie. Ella quiere que todo se quede así, ya tuvo bastante, y para ella mejor que sea así.
¿Y para Cuba?
Esto, musita y luego larga pausa silenciosa, Armandina no sabe si “esto”, tendrá ya remedio, o solución. ¿Cuál sería la palabra correcta: remedio o solución? Pregunta en un hilo de voz.
Zoé Valdés.
2009 Diciembre 8
de Zoé Valdés
DEL RACISMO Y EL CLASISMO EN CUBA: DE CRIADA A “LA COMPAÑERA QUE TRABAJA EN LA CASA”.
No sé por qué, pero siempre que llamo a Cuba me entran unos dolores de cabeza y de barriga inaguantables, aún cuando tengo todo preparado: la introducción, las preguntas, es algo más fuerte que yo. Conecto con el móvil de Emma, responde ella a los pocos timbrazos. Se encuentra en la casa de un amigo de Armandina, en La Habana del Este. Armandina vive en Alamar, pero prefiere que la entrevisten en la casa de un amigo al que conoce desde hace más de cuarenta años.
¿Qué hacía usted antes de la llegada de Castro al poder?
Empecé a trabajar con 12 años, limpiando pisos, éramos muy pobres, oriundas de Santa Clara, y entonces decidimos mis hermanas y yo viajar a La Habana para tentar suerte.
¿Trabajaba limpiando casas de ricos?
No, yo limpiaba todo tipo de casas, limpiaba casas de vecindad y edificios por la mañana, y luego tenía dos casas de gente bien que estaban situadas en el Vedado. Tomaba mi guagua y me iba cada tarde a aquellas casas.
¿Cuánto ganaba?
Lo suficiente para comer tres veces al día, vestirme sin mucha cosa, pero de manera decente y como era joven cualquier vestido me quedaba pintado, podía alquilar mi cuarto, y también me daba mis gustos, por ejemplo el de salir a bailar, que era lo que más me gustaba de La Habana.
¿Con sus hermanas?
Sí, con mis hermanas alquilábamos tres cuartos a los que le abrimos las puertas que los separaban e hicimos una especie de apartamentico. Y con ellas, mayores que yo, empecé a frecuentar los clubes de baile a partir de que cumplí los 15 años. Mis padres se quedaron en Santa Clara.
¿Cómo la trataban en los lugares en los que trabajaba, siendo usted pobre y del campo?
Bueno, había de todo. Pero tengo que decir la verdad. En los edificios me trataban bien. En las dos casas en las que me desenvolvía como criada me respetaban, y se dirigían a mí fríamente en una, en otra cariñosamente, no puedo decir otra cosa. En épocas de Navidad me hacían regalos, el aguinaldo, etc. Y claro, siempre algún miembro de la familia se portaba de manera más amable que otros. Los había bastante pesados también.
¿Cuál era su sueño, qué quería ser usted?
Enfermera.
¿Pudo estudiarlo cuando cambió el sistema durante el castrismo?
Pude antes, yo estudiaba enfermería, a la llegada de este Señor (Fidel Castro) paré todo; terminé la enfermería bastante tarde, porque antes debí, por obligación, realizar tareas en el campo, tuve que regresar al campo y trabajar… Las personas para las que trabajaba, de las familias: una parte se fue del país, la otra se convirtió en revolucionaria, se transformaron de la noche a la mañana en fidelistas, a última hora. Y ahí fue donde empezó a ponérseme la cosa fea, porque se acabaron las limpiezas en los edificios, y se abolieron las criadas.
¿Y entonces?
Para el campo de cabeza, a trabajar allá, en lo que fuera… Un tiempo después regresé a La Habana, empecé a limpiar en un hospital militar, y ahí me volví a empatar con los estudios de enfermería.
¿Usted consiguió ser militante del Partido?
No, en mi casa éramos católicos. Y siempre me las arreglé para evadir eso, pero, me lo hicieron pagar, porque como usted podrá comprender ser miembro del Partido facilitaba el acceso a cualquier escuela, organismo, puesto de trabajo, etc. Al no cumplir yo con ese requisito de la militancia, que ellos llamaban requisito idóneo, pues, se trabó el paraguas. Así y todo terminé, y me quedé trabajando en el hospital militar, el de aquí, el Naval. Y nada, vi tantas cosas allí, que me fui y no volví más. Entonces empezó la persecución… Cambié de dirección en varias ocasiones y de ese modo pude escapar a la vigilancia permanente. Es largo de contar…
¿Qué vio?
¿En el hospital? De todo. Yo estuve en la época en que si llegaba un soldado cubano al hospital y llegaba un ruso, pues el privilegio era del ruso. No olvide que esto estaba lleno de rusos. Y fui testigo de la tortura a través de la medicina, aplicada a presos que llegaban directo de las cárceles y volvían a ella destruídos, y vi mucho en relación a la diferencia de estatus. A un niño de militar de grados bajos no lo trataban de la misma manera que a un hijo de pincho… Y la falta de ética médica, y la política antes que la medicina, cuando la guerra en África. Un horror.
Según me cuentan usted volvió a ser criada…
No, ya era diferente. O sea, en lo único en que se diferenciaba era en la forma de llamarme, en lugar de ser criada me convertí en “la compañera que trabaja en la casa”.
¿Para quiénes trabajó y cómo se contactó con esas personas o como ellas la contactaron a usted?
Trabajé para altos dirigentes. Me contactó un hermano de una de las familias para las que yo trabajaba antes del año fatídico. Él me recordaba, habíamos tenido una relación sentimental –a pesar de nuestras diferencias sociales-, y él sabía que yo era una persona discreta, por eso me apreciaba. Nos encontramos por azar, me preguntó a qué me dedicaba y le conté que estaba prófuga de mi trabajo y buscando la manera de encontrar algo que me pudiera sentir protegida. Le conté la verdad a medias, me reservé los peores cuadros. Entonces nos dimos cita para dos días después, y cuando volvimos a vernos ya me había conseguido ese puesto en la casa de un dirigente.
¿Qué hacía?
De todo. Llegaba temprano, limpiaba, cocinaba, cuidaba de la casa y de los niños. Incluso, cuando lo tronaron, tuve que guardar muchos de sus papeles en mi casa.
¿De quién me habla?
Mire, si se lo digo sabrán quién soy, y no quiero correr riesgo alguno, pero era una de las personas más importantes en este país en los años 80. Su vida se hizo trizas.
¿Era correcto con usted?
Le seré sincera, no lo era. Se mostraba arrogante, había días en que ni me saludaba, me pagaba mal, aunque no era él quien lo hacía, era el estado. Su mujer era diferente, pero bastante creidita también… Su madre era una señora de ley, y por ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo. Era una señora de las del tiempo de antes, y los niños me daban mucha pena, bastante rebeldes, por cierto.
O sea que antes se trataba mejor a una criada que lo que los comunista trataban a una “compañera que trabaja en la casa”.
Antes había de todo como en botica –no se puede generalizar-, pero sobre todo existía el respeto a la persona que se ocupaba del día a día. Pero le diré algo, como yo soy blanca, para mí era más fácil; era pobre, guajira y eso era lo que contaba en mi contra, por eso fui criada, y a mucha honra. Pero luego, se suponía que la cosa se hubiera arreglado, que hubiera mejorado, ¿no?, Pues no, no sucedió de la manera que tanto cacarearon. Y en muchas ocasiones oí decir al pincho, que me estaban haciendo un tremendo favor porque en épocas del capitalismo habría pasado las de quinientas, y que me habrían botado a cajas destempladas. Bueno, yo ganaba más en la época de Batista que con ellos, los comunistas, y ellos, siendo comunistas, me explotaban más, porque no tenía un día de descanso, eso no existía para mí. Aparte el riesgo, la humillación permanente.
¿A qué se dedica ahora?
A nada. Estoy molida de cansancio. Mis hermanas me mandan dinero desde fuera. Me quedé aquí porque nunca pude irme debido a que trabajaba con dirigentes de alto rango, y tampoco deseaba que le pasara nada a mis hijos; incluso durante años no pude ni siquiera escribirle a mi familia que vive fuera.
¿Son exiliadas?
Asiente con un sonido onomatopéyico. ¿Desearía que contacte con sus hermanas? No, ella no quiere buscarle problemas a nadie. Ella quiere que todo se quede así, ya tuvo bastante, y para ella mejor que sea así.
¿Y para Cuba?
Esto, musita y luego larga pausa silenciosa, Armandina no sabe si “esto”, tendrá ya remedio, o solución. ¿Cuál sería la palabra correcta: remedio o solución? Pregunta en un hilo de voz.
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