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Del racismo y el clasismo en Cuba (V). Vidalino Fontana Aguirre: Ferroviario y huelguistade Zoé Valdés

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Mensaje por Azali Lun Ene 11, 2010 12:59 pm

Del racismo y el clasismo en Cuba (V). Vidalino Fontana Aguirre: Ferroviario y huelguista.

2010 Enero 11



de Zoé Valdés




DEL RACISMO Y EL CLASISMO EN CUBA. VIDALINO FONTANA AGUIRRE: FERROVIARIO Y HUELGUISTA.
Emma había demorado en telefonearme, el fin de año no fue fácil en Cuba, demasiadas emociones, y además: fallecimientos inesperados entre sus conocidos. Uno de esos fallecimientos fue el de Vidalino Fontana Aguirre, de 94 años, negro, quien fuera antes del triunfo de la Cagástrofe Castrista en 1959, ferroviario y huelguista, quien estaba dándome una entrevista telefónica justo antes de fin de año, precisamente a través de Emma (como hemos hecho con esta Serie), y falleció dos días después de que habláramos y nos diéramos cita para continuar la entrevista. Vidalino murió de vejez, no estaba enfermo, no padecía más que de tremendos ataques de cólera, fumaba tabaco y bebía ron; era viudo, vivía con su hija Florentina.
Las preguntas que le hice a Vidalino, siempre a través de Emma, fueron muy sencillas, su voz era aguardentosa, simpática, y mi intermediaria me comentaba que gesticulaba mucho con sus largos brazos delgados. Aquel día vestía una vieja guayabera blanca almidonada de mangas largas, encima un suéter amarillo, pantalón amplio de saco de yute –debido a una promesa hecha a San Lázaro- y zapatillas deportivas que su hija le había comprado recientemente en el mercado negro. Era un señor limpio, educado, e incluso culto.
Vivía en Merced y Paula, a pocos pasos de la Casa Natal de José Martí, como él mismo me señaló a pocos minutos de iniciada la conversación.
-¿A qué se dedicaba usted antes de 1959?
-Yo era trabajador ferroviario, conductor de máquina.
-¿Se consideraba usted un obrero?
-Sí, yo formaba parte del proletariado, como se dice en el ambiente.
-¿Usted se enfrentó a los gobiernos anteriores a los Castro, de qué forma?
-De muchas formas, muchísimas. Huelgas, movimientos sindicales, pertenecí a todo eso. Desde mi humilde posición de obrero, como usted dice, yo luché por mejorar las condiciones de los ferroviarios en este país.
-Pero Castro dijo que ellos fueron los que lucharon para mejorarle las condiciones al proletariado, para que el proletariado tomara el poder. ¿Tomó el poder el proletariado en el año 1959, con Fidel Castro?
-Mire, ni Castro luchó por mejorar nada, como no fuera por mejorar sus propias condiciones, que ya eran buenas, y las de un grupito alrededor suyo, todos niños bitongos; ni él sabía nada de sindicatos, ni de movimientos obreros en Cuba. Aquí tomaron el poder los barbudos, la mayoría de ellos había trabajado bastante poco, por cierto, salvo rarísimas excepciones. Y el poder no se lo dieron jamás a los obreros ni a nadie como no fuera al grupito de bandoleros que le hacían la pelota al burguesito de Birán.
-¿Usted se sintió víctima del racismo antes de 1959?
-Bueno, yo siempre he vivido en este barrio, y claro que había sitios para los blancos; pero de ese racismo como el que había en Estados Unidos, never, nunca. Ahora, eso sí, después de 1959, sí fui víctima del racismo y también de mi propia historia de trabajador ferroviario.
-¿Cómo explica usted eso?
-Bueno, renovaron la plantilla, aquello se fue llenando de comunistas. Yo no, yo nunca fui comunista. Yo defendía el derecho de los trabajadores… Eso era lo mío.
-¿Cuáles eran esos derechos?
-Horarios regulares, condiciones mejores de trabajo, aumento de salario… Cosas que eran discutidas arduamente antes, y debo reconocer que después de una huelga, siempre, siempre, nos reconocían nuestros derechos y la mayoría de las veces satisfacían nuestras demandas.
-¿Y después de Castro?
-Yo tenía fama de picapleitos, debido a que reunía gente en contra, invariablemente, era un huelguista y un opositor profesional, pero trabajaba más que nadie, eso sí nadie me lo podía discutir… Entonces “llegó el Comandante y paró a parar”, cambió la cosa, llegaron las guardias extras, las reuniones, las militancias, con los años me dije: “Esto no es lo que yo quiero”. Nos igualaron los salarios, nos rebajaron los salarios con el cambio de la moneda, y jamás los subían, hicieras lo que hicieras, trabajaras como trabajaras, ganabas siempre una porquería, más máquinas rotas, no había con qué arreglar nada. El transporte en este país se convirtió en una pesadilla. Y un día tuve el gran problema, le dije al tipo que habían puesto de Jefe que yo no entendía ni pitoche de lo que ellos estaban haciendo, o sea, de lo que no hacían, que además, cada día trabajaba más y ganaba menos, y que ni siquiera podía protestar, que ni durante el capitalismo yo había visto abuso semejante…
-¿Y entonces?
-El tipo aquel, un mastodonte, me vino p’arriba, me trató de “negro malagradecido”, que la revolución había dado todo por gente como yo, y que yo no debía comportarme de manera tan roñosa. Nunca nadie me había tratado de esa forma.
-Perdone, ¿y no había derecho a huelga ya entonces?
-No, ni pío podías decir, había que estar de acuerdo con todo, con todo. Hasta con esto que le cuento, que alguien me gritara “negro malagradecido” en mi cara. Cosa que nunca antes… Ah, y “negrito chusma”, esa fue otra expresión, y que me habían sacado de la pobreza. No, yo nunca carecí de nada, y en mi casa me dieron una educación que ya quisieran muchos. Jamás nos faltó de nada, porque éramos trabajadores, no vagos, como ellos.
-¿Ahí fue que dejó de trabajar?
-No, nunca dejé de trabajar. Porque podían aplicarme cualquier ley de ésas que ellos inventaban a cada rato. Me fui a limpiar piso a un hospital, luego a una cafetería, rodé mucho… Se imaginará que mi orgullo de ferroviario lo arrastraron por el suelo; yo antes ganaba bastante, con lo que mis conquistas, por las que yo luché y me jugué la vida, no una, mil veces, me las estaban pisoteando. No pude soportarlo y me largué a otra cosa, donde me buscara menos problemas, por no decir ninguno.
-¿Cree usted que esta Revolución es justa?
-¿Revolución? Esto nunca fue revolución ni nada por el estilo, y de justa, mucho menos… Si usted pudiera ver donde yo vivo, cómo está este solar, cayéndose a pedazos. ¡Ninguna revolución dura 50 años! ¿Y con esos viejos en el poder?
Emma me confirma el estado deplorable del inmueble, no tengo que esforzarme mucho imaginándomelo.
-¿Y no están restaurando La Habana Vieja?
-Ellos restauran lo que les conviene, aquello que sea más visible, para los turistas; nosotros, los cubanos, podemos morirnos, pudriéndonos en medio de estos focos de infección, que a ellos ni les va ni les viene… Ellos viven bien, ellos lo único que hicieron fue quitar a los que mandaban antes para ponerse ellos… Usted sabe de lo que le estoy hablando, usted es cubana, aunque vive en Francia, es cubana, y lo que nos ha pasado no se puede olvidar… Han hecho mucho daño, mucho… No pagarán jamás el mal que hicieron, ¡y que hacen!
La hija de Vidalino interrumpe la entrevista, su padre se ha sofocado, se alteró bastante con la ira que le entra cuando le tocan estos temas, ella insiste para que lo dejemos descansar hasta una próxima sesión. Asiento, pero él pretende de que no, añade que puede continuar:
-En Francia la gente hace mucha huelga, sobre todo los que trabajan como yo en los trenes, los ferroviarios como yo, estoy al tanto porque pregunto mucho…
Y le comento de la última que hicieron –a pocos días de las Navidades, en medio de los festejos-, y de lo que consiguieron. Sonríe, musita:
-Sí, sí, pero eso es en Francia, aquí esto se acabó, “se acabó el querer”, como dice la canción… Yo he leído todo Balzac, y Dumas, y me interesa todo lo que tiene que ver con Francia, la música, todo nació allí…
Empieza a toser, su voz se debilita en un hilillo, pide agua, paramos la entrevista.
Nos despedimos con una cita telefónica para después del 25 de diciembre. Vidalino falleció antes. Su hija me lo describe como un padre ejemplar, un esposo amante de la única mujer que desposó, un hombre honesto, trabajador, que no se buscaba problemas con nadie. La gente lo quería porque siempre estaba haciéndoles la historia de cómo era antes este país, con la verdad, no con la propaganda. Y se asombraban de su buena memoria, de su forma de expresarse tan fino, incluso culto, y sus ojos se entrecerraban llorosos cuando evocaba la época en que había conseguido ser un “decoroso representante del proletariado”.


Zoé Valdés, Emma Zinsky.
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