El barrio marginal de Las Yaguas es devastado por un incendio. (1950) Verguenza Nacional
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El barrio marginal de Las Yaguas es devastado por un incendio. (1950) Verguenza Nacional
LA HABANA Y SUS BARRIOS
La Habana fue un trampolín. España la usó para lanzarse a la conquista de Tierra Firme y como parada final de la Flota, antes de encaramarse en la Corriente del Golfo para cruzar de vuelta el Atlántico llevando los despojos de un saqueo a escala continental. En la primera mitad del siglo XX los Estados Unidos la usarían como punto de apoyo en su expansión neocolonial hacia América Latina; y desde allí saldrían también varios intentos de extender la revolución a otras partes del mundo.
La forma de las ciudades cubanas se compuso por capas sobrepuestas de influencias externas, que casi siempre llegaban con retraso. Esos paradigmas después variaban siguiendo un proceso de generalización y extensión que tenía un importante componente en la adecuación al clima, la impronta del comitente y del constructor, y la disponibilidad de recursos. Si el tiempo que tomaba la asimilación era lo bastante largo, esos modelos importados se iban cubanizando; y por tratarse de una isla pequeña, con una sola cultura dominante, las diferencias regionales fueron pequeñas. Lo cubano está siempre muy ligado a un contexto físico, temporal y cultural: no puede reducirse a una época o un lugar, ni a un programa o tipo constructivo, ni a una etnia o clase social; ni, tampoco, a la intención deliberada de un creador.
Existen demasiados malos ejemplos que han buscado una expresión nacional fácil, como arcos de medio punto, cubiertas de tejas criollas, rejas ornamentales y vitrales. Estos elementos han sido tomados de un fragmento del largo período colonial para usarlos como receta y convertirlos en pastiches ahistóricos o estereotipos de un pseudo folclor. En todo caso, esa búsqueda de lo nacional debería orientarse hacia aspectos más abstractos, pero también más esenciales y trascendentes, como la forma básica, la escala, las proporciones, la volumetría general, el juego de luz y sombra, y la alternancia de llenos y vacíos; la trama urbana en retícula regular, y el ritmo impuesto por lotes estrechos; haciendo énfasis en el arranque y el remate del edificio. Uno de esos aspectos característicos, el color, ha sido profundamente alterado en los últimos años. El típico matiz que en Italia llaman habana --centrado en un ocre apastelado y cautelosamente abierto hacia una gama vecina de crema, arena, beige y siena claros-- ha desaparecido bajo la brocha irreverente, guiada por la estridente estética del aguaje que ahora contagia incluso a jóvenes arquitectos de nombres enrevesados: la generación de las Misleidys y los Yhosvanis.
Varios aspectos han diferenciado a La Habana de la mayoría de otras grandes ciudades de Iberoamérica. Por el poco peso de la cultura aborigen y haber estado bajo el dominio español casi ochenta años más que el resto de las colonias continentales, Cuba fue más española. Al encontrarse tan cerca de los Estados Unidos, fue también más norteamericana. Por su estructura económica y social, fue más moderna –o si se prefiere, más capitalista-- y también más rica, independientemente de los bolsones de pobreza extrema. A pesar de haber sido siempre un país agrícola, tres cuartas partes de la población vive en asentamientos urbanos, y su población era ya más urbana que la de los Estados Unidos al terminar el dominio colonial español en 1898. Las ciudades cubanas no han sufrido destrucciones apreciables por guerras o cataclismos en el siglo XX, lo que, unido al hecho de haber crecido por adición y no por sustitución, permitió preservar las distintas capas de su rico patrimonio construido.
El trazado de calles estrechas con manzanas pequeñas y compactas, comercios de esquina, lotes también estrechos y edificios bajos dio a La Habana una silueta, ritmo, textura urbana, escala y carácter muy especiales. Pero pese a su gran patrimonio colonial, la mayor parte de sus edificaciones tienen menos de un siglo. Todo esto contribuye a una rica mezcla de estilos y períodos, y de imagen percibida desde la calle. Aún cuando tiene un carácter urbano definido, La Habana es una ciudad plana, y su baja densidad le da una especial calidad de vida que falta en ciudades que pasaron por el sobredesarrollo de los años 1960 y 70.
Por otra parte, el patrón social típico que marcó a la mayoría de las otras ciudades principales de América Latina –básicamente, unas pocas docenas de familias muy ricas contra un fondo interminable de matices entre pobreza y miseria-- no se aplicaba a La Habana. Los ricos no eran pocos, y su presencia en el tejido urbano era más evidente por el rastro de mansiones que fueron dejando atrás en su desplazamiento constante hacia el oeste, en busca de lugares mejores y más elegantes. Esas viejas mansiones fueron convertidas en oficinas, almacenes y comercios; o subdivididas como viviendas colectivas precarias, las cuarterías, acumulando además un serio déficit de mantenimiento. Pero las edificaciones no fueron borradas por la especulación inmobiliaria y su población no ha sido desplazada por la elitización.
Los muy pobres eran casi invisibles: quedaban enmascarados, tras fachadas clasicistas, en tugurios dentro de la ciudad central, o diseminados por la periferia y zonas intersticiales en sórdidos barrios de indigentes. Pero lo que realmente conformó a La Habana fue la existencia de una clase media-baja muy extendida que demandaba viviendas con una buena calidad promedio de diseño y construcción. Eso creó un tejido urbano bien definido y servido que cubre sectores grandes de la ciudad. La Habana creció en un proceso de conurbación, englobando otros poblados cercanos más pequeños, algunos con más de 300 años, que han retenido un carácter local propio y rodean a la ciudad central activa, con una vida de pequeño pueblo. Persistencia, diversidad y un encanto decadente, pero muy vivo, han caracterizado a La Habana.
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