Te odio, mi amor.
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Te odio, mi amor.
Remesas familiares, el rubro mas seguro
Octubre 15, 2010 at 18:08 · Clasificados en Sin Evasión
Miriam Celaya
Resulta una verdadera ironía que después de 50 años de revolución socialista en Cuba, el ingreso en divisas más seguro con el que cuenta hoy el gobierno es el que percibe por concepto de remesas familiares del exterior. Tales remesas, es una verdad monolítica, tienen como principales emisores a los cubanos que viven ni más ni menos que en las entrañas del entrañable monstruo, habida cuenta que allí radica la gran mayoría de los emigrados de esta ínsula, lo que convierte al trabajo capitalista, al terrible imperialismo y a la moneda demoníaca, en las fuentes de sostén permanentes para el régimen que –¡oh, paradoja!– ha provocado la mayor emigración de nacionales desde que Cristóbal Colón desembarcara, casi por puro accidente, en la tierra más fermosa.
Seguramente los sagaces lectores habrán comprendido que con el título de este post me estoy refiriendo a la incertidumbre que surge para la cúpula verde olivo a partir de los resultados de las recientes elecciones parlamentarias en Venezuela. Al parecer, con el nuevo despertar de la oposición en el país suramericano después del lamentable error político que supuso su retirada de los pasados comicios presidenciales –dejando la vía libre al caudillo populista y propiciando así que se ratificara en el poder–, los adversarios del chavismo han ganado espacios en la opinión ciudadana y hoy existe una fuerza efectiva contra las ínfulas dictatoriales en Venezuela, lo que significa que las cosas se van a poner incómodas para el vocinglero señor Chávez, quien –al no lograr cubrir con sus ventrílocuos de siempre todos los curules que ambicionaba– deberá comenzar a someter a aprobación sus hasta ahora unilaterales decisiones que le permitían disponer libérrimamente de los recursos venezolanos. Ergo, el horizonte de la casta militar antillana se ensombrece por momentos ante la posibilidad real del fin o de la drástica disminución de los subsidios bolivarianos a mediano-corto plazo.
Por su parte, pese a las nuevas disposiciones legales que ofrecen atractivas oportunidades a aquellos que quieran comprar un pedazo de terreno cubano con fines turísticos –siempre que cumplan el requisito indispensable de no ser nativos de acá–, los potenciales inversores extranjeros se están mostrando un tanto remisos a una aventura financiera en esta especie de Isla Tortuga de la posmodernidad, regida por los filibusteros más tramposos y voraces de todos los tiempos, donde no se respetan para nada acuerdos, contratos ni arcas ajenas y se ha dispuesto a capricho del capital de los incautos inversionistas que antaño cayeron en el jamo. Han sido muchas las ovejas que, trasquiladas por los insaciables piratas, todavía andan por ahí balando su desencanto y mostrando sus peladuras. Ahora los bucaneros pretenden engatusar ni más ni menos que a los pragmáticos y calculadores gringos, que no parecen tener la urgencia de los ancianos militares decadentes. Es un secreto a voces que, pese a que los medios oficiales –tal como una amante despechada– se la pasan denostando del “eterno enemigo de los pueblos”, todas las esperanzas de la élite cubana se cifran en el Imperio: te odio, mi amor.
Y como, entre tanto, hay que seguir robando, las víctimas a perpetuidad siguen siendo los cubanos, en este caso los emigrados y sus familiares al interior de Cuba. A falta de un recurso honrado y en ausencia de cualquier otra capacidad, la vileza oficial utiliza los lazos familiares como chantaje sentimental para recaudar divisas. Una enorme cantidad de emigrados –más conocedores de la realidad cubana que cualquier inversionista foráneo, e implicados sensiblemente con el destino de su familia en Cuba– destinan una parte de sus ingresos a las salvadoras remesas que ayudan a paliar el hambre y la miseria de los suyos, sujetos a la esclavitud de esta ruinosa plantación. No bien entran a la Isla, las remesas son inmediata y onerosamente gravadas por la gula de los hacendados y convertidas en fichas de central (CUC, las llaman), con las que los esclavos adquieren, a precios astronómicos, los productos que ofrecen las tiendas del batey, propiedad de los propios hacendados. No hay salida; es un ciclo de latrocinio perfecto, “legal” y seguro, porque la dictadura sabe que la mayoría de los cubanos emigrados evitarán por todos los medios que sus padres, hijos o hermanos sufran privaciones y se van a esforzar por destinar siquiera un puñado de dólares o euros a garantizar la seguridad mínima de sus familias.
Y no vaya nadie a pensar que lanzo una crítica a quienes envían sus remesas o a los familiares que las reciben. Yo tampoco podría disfrutar de alimentos, ropas, calzado y medicinas que le faltaran a mi familia ni privaría a mis hijos de ciertos beneficios que, lamentablemente, en Cuba solo están al alcance de unos pocos. Solo quiero recordar a los lectores cuán sujetos seguimos estando todos –o casi todos, de adentro o de afuera– a la diabólica maquinaria de la dictadura. Los de “allá”, forzados a trabajar más para cubrir las necesidades de su familia cubana y garantizar la jugosa tajada gratuita del gobierno; los de “acá”, rehenes permanentes de la extorsión oficial y cómplices involuntarios de la explotación de sus familiares exiliados, con los que no saben cuándo o cómo se reunirán porque incluso el encuentro depende del humillante permiso de entrada o salida que expiden los amos. ¡Y encima estos parásitos verde olivo, con altanero desprecio, se atreven a llamarnos “subsidiados”! Triste en verdad la condición del cubano de hoy. ¡A cuánta miseria material y espiritual nos condena un régimen que, sin embargo, depende tanto de nosotros!
Octubre 15, 2010 at 18:08 · Clasificados en Sin Evasión
Miriam Celaya
Resulta una verdadera ironía que después de 50 años de revolución socialista en Cuba, el ingreso en divisas más seguro con el que cuenta hoy el gobierno es el que percibe por concepto de remesas familiares del exterior. Tales remesas, es una verdad monolítica, tienen como principales emisores a los cubanos que viven ni más ni menos que en las entrañas del entrañable monstruo, habida cuenta que allí radica la gran mayoría de los emigrados de esta ínsula, lo que convierte al trabajo capitalista, al terrible imperialismo y a la moneda demoníaca, en las fuentes de sostén permanentes para el régimen que –¡oh, paradoja!– ha provocado la mayor emigración de nacionales desde que Cristóbal Colón desembarcara, casi por puro accidente, en la tierra más fermosa.
Seguramente los sagaces lectores habrán comprendido que con el título de este post me estoy refiriendo a la incertidumbre que surge para la cúpula verde olivo a partir de los resultados de las recientes elecciones parlamentarias en Venezuela. Al parecer, con el nuevo despertar de la oposición en el país suramericano después del lamentable error político que supuso su retirada de los pasados comicios presidenciales –dejando la vía libre al caudillo populista y propiciando así que se ratificara en el poder–, los adversarios del chavismo han ganado espacios en la opinión ciudadana y hoy existe una fuerza efectiva contra las ínfulas dictatoriales en Venezuela, lo que significa que las cosas se van a poner incómodas para el vocinglero señor Chávez, quien –al no lograr cubrir con sus ventrílocuos de siempre todos los curules que ambicionaba– deberá comenzar a someter a aprobación sus hasta ahora unilaterales decisiones que le permitían disponer libérrimamente de los recursos venezolanos. Ergo, el horizonte de la casta militar antillana se ensombrece por momentos ante la posibilidad real del fin o de la drástica disminución de los subsidios bolivarianos a mediano-corto plazo.
Por su parte, pese a las nuevas disposiciones legales que ofrecen atractivas oportunidades a aquellos que quieran comprar un pedazo de terreno cubano con fines turísticos –siempre que cumplan el requisito indispensable de no ser nativos de acá–, los potenciales inversores extranjeros se están mostrando un tanto remisos a una aventura financiera en esta especie de Isla Tortuga de la posmodernidad, regida por los filibusteros más tramposos y voraces de todos los tiempos, donde no se respetan para nada acuerdos, contratos ni arcas ajenas y se ha dispuesto a capricho del capital de los incautos inversionistas que antaño cayeron en el jamo. Han sido muchas las ovejas que, trasquiladas por los insaciables piratas, todavía andan por ahí balando su desencanto y mostrando sus peladuras. Ahora los bucaneros pretenden engatusar ni más ni menos que a los pragmáticos y calculadores gringos, que no parecen tener la urgencia de los ancianos militares decadentes. Es un secreto a voces que, pese a que los medios oficiales –tal como una amante despechada– se la pasan denostando del “eterno enemigo de los pueblos”, todas las esperanzas de la élite cubana se cifran en el Imperio: te odio, mi amor.
Y como, entre tanto, hay que seguir robando, las víctimas a perpetuidad siguen siendo los cubanos, en este caso los emigrados y sus familiares al interior de Cuba. A falta de un recurso honrado y en ausencia de cualquier otra capacidad, la vileza oficial utiliza los lazos familiares como chantaje sentimental para recaudar divisas. Una enorme cantidad de emigrados –más conocedores de la realidad cubana que cualquier inversionista foráneo, e implicados sensiblemente con el destino de su familia en Cuba– destinan una parte de sus ingresos a las salvadoras remesas que ayudan a paliar el hambre y la miseria de los suyos, sujetos a la esclavitud de esta ruinosa plantación. No bien entran a la Isla, las remesas son inmediata y onerosamente gravadas por la gula de los hacendados y convertidas en fichas de central (CUC, las llaman), con las que los esclavos adquieren, a precios astronómicos, los productos que ofrecen las tiendas del batey, propiedad de los propios hacendados. No hay salida; es un ciclo de latrocinio perfecto, “legal” y seguro, porque la dictadura sabe que la mayoría de los cubanos emigrados evitarán por todos los medios que sus padres, hijos o hermanos sufran privaciones y se van a esforzar por destinar siquiera un puñado de dólares o euros a garantizar la seguridad mínima de sus familias.
Y no vaya nadie a pensar que lanzo una crítica a quienes envían sus remesas o a los familiares que las reciben. Yo tampoco podría disfrutar de alimentos, ropas, calzado y medicinas que le faltaran a mi familia ni privaría a mis hijos de ciertos beneficios que, lamentablemente, en Cuba solo están al alcance de unos pocos. Solo quiero recordar a los lectores cuán sujetos seguimos estando todos –o casi todos, de adentro o de afuera– a la diabólica maquinaria de la dictadura. Los de “allá”, forzados a trabajar más para cubrir las necesidades de su familia cubana y garantizar la jugosa tajada gratuita del gobierno; los de “acá”, rehenes permanentes de la extorsión oficial y cómplices involuntarios de la explotación de sus familiares exiliados, con los que no saben cuándo o cómo se reunirán porque incluso el encuentro depende del humillante permiso de entrada o salida que expiden los amos. ¡Y encima estos parásitos verde olivo, con altanero desprecio, se atreven a llamarnos “subsidiados”! Triste en verdad la condición del cubano de hoy. ¡A cuánta miseria material y espiritual nos condena un régimen que, sin embargo, depende tanto de nosotros!
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