El regalo de Laura
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El regalo de Laura
El regalo de Laura
Por Andrea Sambuccetti
Era 13 de marzo del 2008. Estaba comiendo una croqueta, creo que de jamón, metida en un pan un poco duro en un bar de la calle Neptuno al 800 en La Habana, Cuba. En ese momento tenía el pelo negro, larguísimo. Y un miedo terrible. Iba a conocer por primera vez a Laura Pollán, la líder de Damas de Blanco.
Venia cubriendo la “Primavera Negra” casi desde sus inicios para periódicos de la Argentina, incentivada por mi amigo Gaby Salvia, de CADAL. Y de los 75 presos, había escrito pilas de artículos, tanto, que seguro estaba “marcadísima” para el gobierno que recién comenzaba de Raúl Castro.
Respiré hondo. Y me lancé. Tenía que caminar solo una cuadra. Era tan fácil…y tan difícil. En la puerta de la casa de Laura había varios vehículos policiales, agentes de seguridad, movimiento y tenía que meterme como si fuera una cubana más. Y sabe Dios, que no lo parecía…
Al final, entré sin problema. Charlé durante horas con Laura y otras mujeres de blanco. En la hora de la merienda entre jugo de naranja y pan relleno se grabaron en mi memoria palabras que no pude olvidar: ”Por favor, quiero que se sepa que mi marido está mal de salud, necesita atención médica urgente, neurológica y nadie hace nada”, “A mi esposo le falta 40% de su estómago y una porción de duodeno”, ”Por pensar distinto, a mi esposo lo encarcelaron en Camagüey y lo trasladaron a La Habana, en condiciones que son infrahumanas, está con presos comunes, con ladrones, con asesinos, con violadores, debió compartir la celda con un caníbal”.
La dueña de casa iba y venía. Hasta que me invitó a pasar a su habitación. Pidió un cuaderno. Y escribió: ”no puedo decirte todo, pero vamos a marchar todos estos días hasta el 18”. Después, en voz alta me dijo, “Andrea disculpá que tome estas medidas, pero es que encontré hasta un micrófono escondido aquí mismo”.
A Laura le pregunté en aquel momento, cuáles fueron las últimas palabras de Héctor Maseda Gutiérrez, su esposo, antes de que se lo llevaran preso. Me contó que ”cuando se lo iban a llevar, le pidió al oficial, eran las 12.30 de la noche, que quería conversar conmigo. Me planteó que no debía tener vergüenza, que pensara que él iba preso por sus ideas, que no era un violador, un ladrón o un asesino, y que estaba dispuesto a asumirlo hasta las últimas consecuencias. Yo le planteo al mundo que mi esposo fue condenado a cadena perpetua, porque Maseda tenía 60 años cuando lo condenaron y el promedio de vida en Cuba es de 76 años, por lo tanto lo condenaban a morir en la cárcel”.
Acordé volver a ver a Laura. Y fueron de hecho, varias veces más que la vi. Pero tenía que regresar. Y si había podido entrar, no tenía idea cómo iba a hacer para poder salir de su casa.
Lo hice despacito, como si nada ocurriera. Pero esta vez, comenzaron a seguirme los agentes de seguridad. Me dije: Andrea, que se te ocurra algo por favorrrrr. Y se me ocurrió meterme en un local doblando una esquina. Y logré despistar así.
Ese comercio era una peluquería. Y como tenia que volver a ver a Laura sin llamar tanto la atención, me eché el tinte de “moda” y me corté el pelo. Salí de color caramelo y rulos. Y en el camino hacia el hotel, de donde luego me “sacaron amablemente” hacia otro… intercambié ropa.
Todas las veces que la ví después a Laura, lo hice de blanco. Recuerdo que hasta marché por el centro habanero con gladiolos en la mano pidiendo por la liberación de sus esposos sin que me detuvieran.
Antes de despedirme, Laura me obsequió un libro. El de Héctor. Estaba dedicado, a mano. Y me emocioné mucho. Representaba un tesoro para mí, no solo por el mérito de que había sido escrito íntegramente en la cárcel e impreso por fuera -como símbolo de que la lucha por la libertad vencía cualquier barrera- sino que además, lo tenía en mis propias manos y lo iba a guardar para siempre.
A mi regreso hacia Argentina, en el aeropuerto, abrieron mi valija y me quitaron todo lo que el gobierno cubano consideró que debía quitar: material, tapes, agenda, revistas. Y el libro de Héctor. Me dejaron en cambio un ejemplar de Granma y dos de Juventud Rebelde.
Estaba indignada. Y triste. Había perdido el regalo de Laura. Hoy prendí la tele y me enteré que liberaron a Héctor. Y vi ese abrazo que se dio con Laura después de 8 años de no verse. Eterno. Mágico. Fuerte. Nunca debió haber faltado.
Y yo, recién ahora, siento que me devolvieron el regalo de Laura.
Por Andrea Sambuccetti
Era 13 de marzo del 2008. Estaba comiendo una croqueta, creo que de jamón, metida en un pan un poco duro en un bar de la calle Neptuno al 800 en La Habana, Cuba. En ese momento tenía el pelo negro, larguísimo. Y un miedo terrible. Iba a conocer por primera vez a Laura Pollán, la líder de Damas de Blanco.
Venia cubriendo la “Primavera Negra” casi desde sus inicios para periódicos de la Argentina, incentivada por mi amigo Gaby Salvia, de CADAL. Y de los 75 presos, había escrito pilas de artículos, tanto, que seguro estaba “marcadísima” para el gobierno que recién comenzaba de Raúl Castro.
Respiré hondo. Y me lancé. Tenía que caminar solo una cuadra. Era tan fácil…y tan difícil. En la puerta de la casa de Laura había varios vehículos policiales, agentes de seguridad, movimiento y tenía que meterme como si fuera una cubana más. Y sabe Dios, que no lo parecía…
Al final, entré sin problema. Charlé durante horas con Laura y otras mujeres de blanco. En la hora de la merienda entre jugo de naranja y pan relleno se grabaron en mi memoria palabras que no pude olvidar: ”Por favor, quiero que se sepa que mi marido está mal de salud, necesita atención médica urgente, neurológica y nadie hace nada”, “A mi esposo le falta 40% de su estómago y una porción de duodeno”, ”Por pensar distinto, a mi esposo lo encarcelaron en Camagüey y lo trasladaron a La Habana, en condiciones que son infrahumanas, está con presos comunes, con ladrones, con asesinos, con violadores, debió compartir la celda con un caníbal”.
La dueña de casa iba y venía. Hasta que me invitó a pasar a su habitación. Pidió un cuaderno. Y escribió: ”no puedo decirte todo, pero vamos a marchar todos estos días hasta el 18”. Después, en voz alta me dijo, “Andrea disculpá que tome estas medidas, pero es que encontré hasta un micrófono escondido aquí mismo”.
A Laura le pregunté en aquel momento, cuáles fueron las últimas palabras de Héctor Maseda Gutiérrez, su esposo, antes de que se lo llevaran preso. Me contó que ”cuando se lo iban a llevar, le pidió al oficial, eran las 12.30 de la noche, que quería conversar conmigo. Me planteó que no debía tener vergüenza, que pensara que él iba preso por sus ideas, que no era un violador, un ladrón o un asesino, y que estaba dispuesto a asumirlo hasta las últimas consecuencias. Yo le planteo al mundo que mi esposo fue condenado a cadena perpetua, porque Maseda tenía 60 años cuando lo condenaron y el promedio de vida en Cuba es de 76 años, por lo tanto lo condenaban a morir en la cárcel”.
Acordé volver a ver a Laura. Y fueron de hecho, varias veces más que la vi. Pero tenía que regresar. Y si había podido entrar, no tenía idea cómo iba a hacer para poder salir de su casa.
Lo hice despacito, como si nada ocurriera. Pero esta vez, comenzaron a seguirme los agentes de seguridad. Me dije: Andrea, que se te ocurra algo por favorrrrr. Y se me ocurrió meterme en un local doblando una esquina. Y logré despistar así.
Ese comercio era una peluquería. Y como tenia que volver a ver a Laura sin llamar tanto la atención, me eché el tinte de “moda” y me corté el pelo. Salí de color caramelo y rulos. Y en el camino hacia el hotel, de donde luego me “sacaron amablemente” hacia otro… intercambié ropa.
Todas las veces que la ví después a Laura, lo hice de blanco. Recuerdo que hasta marché por el centro habanero con gladiolos en la mano pidiendo por la liberación de sus esposos sin que me detuvieran.
Antes de despedirme, Laura me obsequió un libro. El de Héctor. Estaba dedicado, a mano. Y me emocioné mucho. Representaba un tesoro para mí, no solo por el mérito de que había sido escrito íntegramente en la cárcel e impreso por fuera -como símbolo de que la lucha por la libertad vencía cualquier barrera- sino que además, lo tenía en mis propias manos y lo iba a guardar para siempre.
A mi regreso hacia Argentina, en el aeropuerto, abrieron mi valija y me quitaron todo lo que el gobierno cubano consideró que debía quitar: material, tapes, agenda, revistas. Y el libro de Héctor. Me dejaron en cambio un ejemplar de Granma y dos de Juventud Rebelde.
Estaba indignada. Y triste. Había perdido el regalo de Laura. Hoy prendí la tele y me enteré que liberaron a Héctor. Y vi ese abrazo que se dio con Laura después de 8 años de no verse. Eterno. Mágico. Fuerte. Nunca debió haber faltado.
Y yo, recién ahora, siento que me devolvieron el regalo de Laura.
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