La Habana de CNN
Página 1 de 1.
La Habana de CNN
La Habana de CNN
23jun
Ernesto Morales
Cuando el documental se acercaba a su fin, yo descubría una insólita sensación en mi interior: el destino que Claudia Palacios me proponía me era absolutamente desconocido, y me sentía impulsado a visitarlo. CNN, mediante una de sus reporteras de belleza espectacular y profesionalidad probada, acababa de lograr que un cubano con solo 6 meses fuera de su país, apenas reconociera a La Habana, y se viera enredado en la maraña de tergiversaciones y superficialidades del amplio reportaje, como para llegar a aceptar la realidad que su autora proponía: sí, La Habana es un sitio de encanto paradisíaco al que había que visitar.
Así de distinta era la ciudad que la inefable periodista me presentaba unos días atrás, en el segmento “Destinos CNN”, con La Habana a la cual visité decenas de veces en toda mi vida, como cubano, y cuyas intríngulis conocí como la palma de mi mano.
El gris antecedente de este infeliz material provino de una televisora española. Se llamó “Españoles en el mundo”, y también filmaba una Habana edulcorada, grácil, risueña, que existe sin lugar a dudas, pero como maquillaje epidérmico que los de adentro sabemos vacuo e incompleto.
Pero el desacierto de Claudia Palacios, la incisiva entrevistadora de personajes públicos, la jornalista que conoce su oficio lo suficiente como para asumir que “irse con la de trapo” es comprensible en turistas con motivaciones vacacionales, no en profesionales de la comunicación, me pareció levemente escandaloso.
Digamos: presentar a La Habana como una ciudad festiva, tropical, una ciudad de tabacos clandestinos y gentes serviciales, no es inexacto. Presentar a La Habana únicamente como una ciudad de jolgorio sin final, de cubanos alegres y bailadores, de mojitos y autos de alquiler, sin ahondar luego en los matices, en las venas bajo la piel social, es un descalabro periodístico. Y sé que con esto no le digo nada nuevo a la talentosa reportera, lo cual es peor.
¿Era necesario o imprescindible presentar a la más cruel Habana de todas, la de los maleantes nocturnos, la corrupción galopante o la prostitución semi-infantil? Ni siquiera eso le pedía yo, como espectador de un reportaje que a todas luces no llevaba la intención de la profundidad o el cuestionamiento. Conozco los perfiles y las perspectivas con que muchas veces los periodistas enfocamos nuestro trabajo.
Pero afirmar que, tras los planes de “reactivación económica” emprendidos por el gobierno de Raúl Castro, La Habana había florecido de manera espectacular, me parece una concienzuda falsificación de la verdad, y eso, en esencia, es un crimen de leso periodismo.
¿No visitó la tersa Claudia Palacios los barracones en que se apilan cientos de habaneros u orientales, gente venida de cualquier parte de Cuba o nacida en la capital, sin agua potable, entre paredes agrietadas y una mugre estampada en los techos? ¿Por qué se contentó la reportera con seguir el tour de La Habana Vieja que un designado guía de Havana Tour le ofreció, y no se salió del libreto de aquel Virgilio tropical, no entró en las callejuelas pestilentes que no han sido reparadas por la Oficina del Historiador, y que tan cerca están de esos sitios donde filmó? ¿Acaso desconoce la informada periodista de la usanza de naciones como Cuba, donde esos guías son fieles escogidos por y parala Seguridad del Estado, y saben qué deben mostrar con precisión, y qué no?
¿Acaso no vio Claudia Palacios los negocios particulares con productos repetidos, las frituras de harina, los panes con pasta de elaboración indescifrable, por la carencia de materias primas viables que les permitan crecer como verdaderos negociantes? En esa ciudad que describió como un Paraíso de agua de mar y personas sonrientes, ¿no vio el sudor aplastado contra la piel, la angustia del hambre, las guaguas atestadas de viajeros irritables, no vio incertidumbre, un poco de desamor, un mucho de desesperanza? ¿Acaso no sabe la bella Palacios que en esa urbe cuyo incremento del turismo alabó hasta el hartazgo, atribuyéndoselo entre otras razones al carácter festivo de los cubanos, una pléyade de adolescentes venden sus cuerpos a repugnantes extranjeros por apenas una comida decente o una carta de invitación a otro país?
Me resulta imposible otorgarle credibilidad a la reportera de una cadena líder de noticias en el mundo, que no sabe que un por ciento mayoritariamente inmenso de los habaneros no puede visitar esos lujosos restaurantes que ella mostró en su documental, y que para habaneros y cubanos en general, el fascinante Valle de Viñales sigue siendo uno de esos sitios emparentados con Varadero, con Cayo Coco, con la Marina Hemingway, que les han sido negados a fuerza de inaccesibilidad económica.
Evidentemente el objetivo de “Destinos: La Habana” era simplemente comercial. Era vender un destino turístico, y nada más. Pero me pregunto hasta dónde permite la ética y la decencia periodística, hasta dónde es lícito aceptar una manipulación de realidades, mostrar apenas media cara de una ciudad tan compleja como La Habana solo porque el corte del trabajo que hacemos es este y no aquel.
Me pregunto: si de repente la serie “Destinos” creyera necesario recomendar Teherán, ¿Claudia Palacios pegará pie en tierra iraní, concentrándose en mostrar el sepulcro de Ciro, los frisos del palacio de Persépolis, o abordando con guante de seda la docilidad de sus habitantes femeninas, sin ahondar en por qués, sin bucear bajo la superficie, como su responsabilidad profesional le exige?
Creo que salvo a los europeos color de rosa con deseos de bien gastar sus ahorros (siempre recuerdo las palabras de un italiano sesentón, que delante de mí expresó, mientras manoseaba el trasero de la jovencísima mulata que le acompañaba: ¡qué sería de nosotros sin Cuba!), salvo a los turistas acefálicos de medio mundo, y salvo a los representantes-implementadores de un sistema como el que hoy padece mi país natal, a nadie más puede haberle gustado el “Destinos” que Claudia Palacios filmó.
Ni siquiera a los pobladores de la ciudad donde ella tomó sus imágenes. Por desgracia estos no pueden opinar, porque viven en uno de los pocos países del mundo donde ver CNN está prohibido fuera de ciertos hoteles, donde no existe la televisión por cable en cada hogar, y no podrán comprobar el manto de feria, de atracción circense e irreal, con que la periodista los ha mostrado al mundo.
En este segundo me sigo preguntando si habré conocido a mi Habana alguna vez. Creo que junto a aquella Habana contada por Dulce María Loynaz en sus memorias, junto a la Habana delincuencial de Pedro Juan Gutiérrez, o la eterna Habana nocturna y pecaminosa de Cabrera Infante, desde ahora podremos incluir la Habana de la hermosa Claudia Palacios. Yo no sabría distinguir cuál de estas pertenece más a la ficción.
http://elpequenohermano.wordpress.com/2011/06/23/la-habana-de-cnn/
23jun
Ernesto Morales
Cuando el documental se acercaba a su fin, yo descubría una insólita sensación en mi interior: el destino que Claudia Palacios me proponía me era absolutamente desconocido, y me sentía impulsado a visitarlo. CNN, mediante una de sus reporteras de belleza espectacular y profesionalidad probada, acababa de lograr que un cubano con solo 6 meses fuera de su país, apenas reconociera a La Habana, y se viera enredado en la maraña de tergiversaciones y superficialidades del amplio reportaje, como para llegar a aceptar la realidad que su autora proponía: sí, La Habana es un sitio de encanto paradisíaco al que había que visitar.
Así de distinta era la ciudad que la inefable periodista me presentaba unos días atrás, en el segmento “Destinos CNN”, con La Habana a la cual visité decenas de veces en toda mi vida, como cubano, y cuyas intríngulis conocí como la palma de mi mano.
El gris antecedente de este infeliz material provino de una televisora española. Se llamó “Españoles en el mundo”, y también filmaba una Habana edulcorada, grácil, risueña, que existe sin lugar a dudas, pero como maquillaje epidérmico que los de adentro sabemos vacuo e incompleto.
Pero el desacierto de Claudia Palacios, la incisiva entrevistadora de personajes públicos, la jornalista que conoce su oficio lo suficiente como para asumir que “irse con la de trapo” es comprensible en turistas con motivaciones vacacionales, no en profesionales de la comunicación, me pareció levemente escandaloso.
Digamos: presentar a La Habana como una ciudad festiva, tropical, una ciudad de tabacos clandestinos y gentes serviciales, no es inexacto. Presentar a La Habana únicamente como una ciudad de jolgorio sin final, de cubanos alegres y bailadores, de mojitos y autos de alquiler, sin ahondar luego en los matices, en las venas bajo la piel social, es un descalabro periodístico. Y sé que con esto no le digo nada nuevo a la talentosa reportera, lo cual es peor.
¿Era necesario o imprescindible presentar a la más cruel Habana de todas, la de los maleantes nocturnos, la corrupción galopante o la prostitución semi-infantil? Ni siquiera eso le pedía yo, como espectador de un reportaje que a todas luces no llevaba la intención de la profundidad o el cuestionamiento. Conozco los perfiles y las perspectivas con que muchas veces los periodistas enfocamos nuestro trabajo.
Pero afirmar que, tras los planes de “reactivación económica” emprendidos por el gobierno de Raúl Castro, La Habana había florecido de manera espectacular, me parece una concienzuda falsificación de la verdad, y eso, en esencia, es un crimen de leso periodismo.
¿No visitó la tersa Claudia Palacios los barracones en que se apilan cientos de habaneros u orientales, gente venida de cualquier parte de Cuba o nacida en la capital, sin agua potable, entre paredes agrietadas y una mugre estampada en los techos? ¿Por qué se contentó la reportera con seguir el tour de La Habana Vieja que un designado guía de Havana Tour le ofreció, y no se salió del libreto de aquel Virgilio tropical, no entró en las callejuelas pestilentes que no han sido reparadas por la Oficina del Historiador, y que tan cerca están de esos sitios donde filmó? ¿Acaso desconoce la informada periodista de la usanza de naciones como Cuba, donde esos guías son fieles escogidos por y parala Seguridad del Estado, y saben qué deben mostrar con precisión, y qué no?
¿Acaso no vio Claudia Palacios los negocios particulares con productos repetidos, las frituras de harina, los panes con pasta de elaboración indescifrable, por la carencia de materias primas viables que les permitan crecer como verdaderos negociantes? En esa ciudad que describió como un Paraíso de agua de mar y personas sonrientes, ¿no vio el sudor aplastado contra la piel, la angustia del hambre, las guaguas atestadas de viajeros irritables, no vio incertidumbre, un poco de desamor, un mucho de desesperanza? ¿Acaso no sabe la bella Palacios que en esa urbe cuyo incremento del turismo alabó hasta el hartazgo, atribuyéndoselo entre otras razones al carácter festivo de los cubanos, una pléyade de adolescentes venden sus cuerpos a repugnantes extranjeros por apenas una comida decente o una carta de invitación a otro país?
Me resulta imposible otorgarle credibilidad a la reportera de una cadena líder de noticias en el mundo, que no sabe que un por ciento mayoritariamente inmenso de los habaneros no puede visitar esos lujosos restaurantes que ella mostró en su documental, y que para habaneros y cubanos en general, el fascinante Valle de Viñales sigue siendo uno de esos sitios emparentados con Varadero, con Cayo Coco, con la Marina Hemingway, que les han sido negados a fuerza de inaccesibilidad económica.
Evidentemente el objetivo de “Destinos: La Habana” era simplemente comercial. Era vender un destino turístico, y nada más. Pero me pregunto hasta dónde permite la ética y la decencia periodística, hasta dónde es lícito aceptar una manipulación de realidades, mostrar apenas media cara de una ciudad tan compleja como La Habana solo porque el corte del trabajo que hacemos es este y no aquel.
Me pregunto: si de repente la serie “Destinos” creyera necesario recomendar Teherán, ¿Claudia Palacios pegará pie en tierra iraní, concentrándose en mostrar el sepulcro de Ciro, los frisos del palacio de Persépolis, o abordando con guante de seda la docilidad de sus habitantes femeninas, sin ahondar en por qués, sin bucear bajo la superficie, como su responsabilidad profesional le exige?
Creo que salvo a los europeos color de rosa con deseos de bien gastar sus ahorros (siempre recuerdo las palabras de un italiano sesentón, que delante de mí expresó, mientras manoseaba el trasero de la jovencísima mulata que le acompañaba: ¡qué sería de nosotros sin Cuba!), salvo a los turistas acefálicos de medio mundo, y salvo a los representantes-implementadores de un sistema como el que hoy padece mi país natal, a nadie más puede haberle gustado el “Destinos” que Claudia Palacios filmó.
Ni siquiera a los pobladores de la ciudad donde ella tomó sus imágenes. Por desgracia estos no pueden opinar, porque viven en uno de los pocos países del mundo donde ver CNN está prohibido fuera de ciertos hoteles, donde no existe la televisión por cable en cada hogar, y no podrán comprobar el manto de feria, de atracción circense e irreal, con que la periodista los ha mostrado al mundo.
En este segundo me sigo preguntando si habré conocido a mi Habana alguna vez. Creo que junto a aquella Habana contada por Dulce María Loynaz en sus memorias, junto a la Habana delincuencial de Pedro Juan Gutiérrez, o la eterna Habana nocturna y pecaminosa de Cabrera Infante, desde ahora podremos incluir la Habana de la hermosa Claudia Palacios. Yo no sabría distinguir cuál de estas pertenece más a la ficción.
http://elpequenohermano.wordpress.com/2011/06/23/la-habana-de-cnn/
_________________
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50978
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.