Cubano ilustre: Lezama Lima
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Cubano ilustre: Lezama Lima
José Lezama Lima fue el autor de Paradiso, novela de alcance internacional. | |
Nombre | José María Andrés Fernando Lezama Lima |
Nacimiento | 19 de diciembre de 1910 La Habana, Cuba |
Fallecimiento | 9 de agosto de 1976 La Habana |
Causa de la muerte | Complicaciones del asma que padecía desde niño. |
Educación | Bachiller en Ciencias y Letras, Abogado. |
Alma mater | Universidad de La Habana |
Ocupación | Escritor y abogado |
Padres | José María Lezama y Rodda Rosa Lima |
Obras destacadas | Paradiso es su obra cumbre |
Premios | Premio Maldoror de poesía de Madrid. Premio a la mejor obra hispanoamericana traducida al italiano |
Aunque se dedicó sobre todo a la poesía y al ensayo, se le recuerda
sobre todo por su faceta de novelista, en concreto por su obra Paradiso, publicada en 1966 y
de gran repercusión internacional. De estilo barroco, y considerado uno
de los autores más importantes de la literatura hispanoamericana, ha
influido en una gran cantidad de escritores de su época y posteriores.
Junto a Alejo Carpentier, una de las más grandes figuras que ha dado la literatura insular.Su casa residencial es hoy un museo.
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Nacimiento
Nació en el campamento militar de Columbia, hijo de un coronel de artillería.
Estudios
Estudió en el colegio Mimó y se graduó de Bachiller en 1928, en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Doctorado en Leyes en 1938, trabajó en un bufete y después, desde 1941, en las oficinas del Consejo Superior de Defensa Social en el Castillo del Príncipe. Pasó más tarde (1945) a la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación como funcionario. Viajó a México en 1949 y a Jamaica en 1950.
Comienzos en la lucha
Participó en las revueltas estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado y fundó varias revistas, como Verbum, Espuela de Plata u Orígenes, que alcanzó gran popularidad y de la cual fue fundador, con J. Rodríguez Feo, en 1944.
En esta última revista se expusieron las tendencias literarias de
sus fundadores y colaboradores: lirismo estetizante e intelectualismo,
clasicismo inclinado hacia el neoculteranismo y ausencia de todo
compromiso social, lo que determinó su carácter altamente elitista y le
permitió tener entre sus colaboradores poetas como Juan Ramón Jiménez.
Los principales amigos y compañeros de ruta de Lezama por entonces fueron Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y O. Smith, además del también poeta y sacerdote español Á. Gaztelú,
que influyó enormemente en su formación espiritual. Aparte de este y
otros grupos minoritarios que frecuentó en distintos períodos, la vida
de Lezama nunca tuvo una gran resonancia pública, ni antes ni después de
la Revolución, a causa de su singularidad y de una precaria salud que colaboraba a su aislamiento.
Precisamente el agravamiento de su asma
crónica y problemas causados por la obesidad que padecía parecen haber
sido la causa de su muerte, tras una larga estancia hospitalaria, el 9 de agosto de 1976.
Devoción
Gran conocedor de Luis de Góngora y de las corrientes culteranas y herméticas, devoto del idealismo
platónico y ferviente lector de los poetas clásicos, Lezama vivió
plenamente entregado a los libros, a la lectura y a la escritura. Por lo
que respecta a su poesía, no se alteró especialmente en la forma ni el
fondo con la llegada de la Revolución y se mantuvo como una suerte de
monumento solitario difícilmente catalogable. Para muchos especialistas,
el conjunto de la obra lezamiana representó dentro de la literatura hispanoamericana una ruptura radical con el realismo y la psicología, y aportó una alquimia expresiva que no provenía de nadie. Julio Cortázar fue sin duda el primero en advertir la singularidad de su propuesta.
Paradiso, su novela cumbre
Portada de Paradiso.
Esta obra, que merece un capítulo aparte en la bibliografía del autor, se ha considerado una novela de aprendizaje por la descripción a todos los niveles del proceso de desarrollo del protagonista, José Cemí, desde su infancia hasta la madurez.
El conjunto de la narración muestra una imagen arquetípica en el sentido del platonismo de Cuba que es a la vez un contrapunto actualizado con las páginas del diario de Cristóbal Colón que describen la edénica belleza de la isla recién descubierta, que como todo Edén alberga la certidumbre de su pérdida.
Pese a no limitarse a los elementos autobiográficos, en Paradiso
abundan las referencias al autor, a modo de enclaves verosímiles en el
tejido de la trama: en el primer capítulo el niño José Cemí aparece en
la cama enfermo de asma; luego, una regresión cronológica nos lleva al
pasado del coronel y su familia; posteriormente se narra la iniciación
sexual del protagonista en uno de los lugares de destino de su padre,
con cuya muerte termina un ciclo placentero de la vida de Cemí y
comienza un intenso desfile de personajes y situaciones, entre las que
destaca la iniciación a la poesía del protagonista por parte de un tío.
Otra constante de la obra de Lezama aparece en el polémico
capítulo octavo, donde se manifiesta el predominio del erotismo. Poco a
poco los monólogos y disertaciones intelectuales, Aristóteles, San Agustín, un amplio comentario sobre F. Nietzsche
indican el doble camino de búsqueda, bifurcado entre la erudición y la
poesía, como una construcción verbal que apunta a una finalidad
desconocida. A esas alturas se advierte que, más allá de un proceso de
aprendizaje, se trata de una experiencia iniciativa en la que el
discurso narrativo del autor asume el protagonismo.
Obra
Su libro de poemas inicial fue Muerte de Narciso (1937) al que siguieron Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960),
entregas que son otros tantos hitos de la poesía continental en la
línea hermética y barroca de la expresión lírica. Sin embargo, la obra
que consagró a Lezama dentro de las letras hispanoamericanas fue la
novela Paradiso (1966),
en la que se ha querido ver una doble alusión a la inocencia bíblica
anterior al pecado original y a la culminación del ciclo dantesco.
Al mismo tiempo, en Paradiso
se refleja la tradición y la esencia de lo cubano en una vertiginosa
proliferación de imágenes que protagonizan la obra: un mundo de
sensaciones, de recuerdos y de lecturas familiares que conforman y
determinan la cosmovisión del novelista.
Póstumamente se publicó todavía una novela incompleta, Oppiano Licario (1977),
en la que Lezama desarrolló la figura de un personaje de ese mismo
nombre que ya había aparecido en Paradiso. La crítica ha señalado que,
de modo inverso al del ciclo dantesco, a pesar de que el autor se inició
en la poesía y derivó luego hacia la novela, es conveniente adentrarse
en Lezama empezando por Paradiso, pasando después al purgatorio de sus
ensayos, reunidos mayoritariamente bajo el título: La expresión
americana, y La cantidad hechizada, para acabar finalmente en su
infierno poético.
Precisamente el carácter póstumo de las versiones definitivas de
la obra de Lezama, aparecida casi siempre en forma fragmentaria durante
su vida, es una de las señales inequívocas del ambiguo y socrático
magisterio que ejerció en la literatura de su país, que puede rastrearse
mejor que en sus libros en las revistas que dirigió: Verbum (1937), Espuela de plata (1939-1941), Nadie parecía (1942-1944) y sobre todo, una de las más importantes publicaciones hispanoamericanas, Orígenes (1944-1957).
A través de ellas el poeta devino una figura imprescindible para
la juventud intelectual cubana, a la que sedujo también con su famoso
don conversacional y a la que animó en la creación literaria. Muchos
poetas y narradores posteriores a ese período siguen admitiendo la
influencia significativa que la propuesta del maestro ha tenido en su
obra: la más notoria se proyectó sobre S. Sarduy, que postuló su teoría del neobarroco a partir del barroco lezamiano.
luik- Cantidad de envíos : 9436
Fecha de inscripción : 11/07/2011
Edad : 41
Re: Cubano ilustre: Lezama Lima
[El Pabellón de la Vacuidad]
Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.
Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.
Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser tan grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.
El principio se une como con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
Voy con el tornillo
preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.
Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.
Tener cerca de lo que nos rodea
y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser tan grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.
El principio se une como con el tokonoma,
en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Lezama era homosexual
En este foro se refrenda y explica, además se describe como al autor le trataron cientificamente con electroshocks para quitarle su mariconería.
http://www.ilustracionliberal.com/35/discurrir-decursar-y-discursar-de-una-sensibilidad-homosexual-en-cuba-algunos-hitos-y-momentos-.html
http://www.ilustracionliberal.com/35/discurrir-decursar-y-discursar-de-una-sensibilidad-homosexual-en-cuba-algunos-hitos-y-momentos-.html
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Cubano ilustre: Lezama Lima
lectroshocks
Me saltaré aquí unas cuantas experiencias de esta índole, para no
redundar en lo mismo, y les referiré algo sucedido posteriormente, acaso
decisivo en mi experiencia y en mi escritura. Antes, sin embargo, es
precisa una salvedad. Si alguno entre los presentes imagina en mí algo
remotamente parecido a un héroe, debe de inmediato desistir. De nada
parecido se trató, y no quiero a estas alturas de mi vida venir a
encarnar la persona equivocada. ¡Mucho de picaresca, y mucho de
esquizofrenia, y sólo eso! Mucho de simulación, de aparentar, y sobre
todo de aparentar no ser lo que era.
Hasta cierto punto, el éxito que alcancé en este rubro fue causante
de mi otra desgracia, es decir, de ser tenido por elegible para el
ejército. Muchos jóvenes heterosexuales, llegado el momento, fingían una
homosexualidad pasiva, amanerada, con tal de evitar
la conscripción de tres largos años, en los que un individuo era
rebajado de la condición de siervo permanente a la de esclavo, con una
ganancia neta para el Estado opresor. En mi caso, cuando hube llegado a
esa edad en que, ya para terminar la enseñanza superior, comienzan los
llamados al servicio militar obligatorio, y cuando al fin me enrolaron
como parte de un "llamado especial", el noveno, que debía incorporar al
ejército –según se declaraba– a jóvenes con más alto nivel académico del
acostumbrado, y después de sufrir la experiencia de un primer
entrenamiento riguroso de cincuenta días, más un año de servicio
regular, el acoso, no sexual, sino por causa de mi sexualidad, de que me
hizo víctima un primer teniente que era al propio tiempo el jefe de mi
unidad terminó por llevarme a la consulta del psiquiatra. (No se trataba
de mi primera experiencia de este orden).
Convencido plenamente de que el alienista tenía razón, y de que en
mente tenía mi bienestar; convencido, además, de que la homosexualidad
era, tal y como la definían los textos de toda índole, mis padres y
profesores, y hasta el cura, y conforme a la política oficial, una
patología cuyo tratamiento era posible y deseable, me sometí, del todo
conforme, a un tratamiento o terapia de electroshocks. Si
estaba en mis manos –razonaba– optar por una conducta y una inclinación
sexuales que me pusieran en sintonía con la norma, es decir, con "la
normalidad", ¿por qué abrazar el constante acoso, el rechazo, la burla,
la franca discriminación y tantos otros avatares? Era evidente que el
travestismo de la normalidad, que en primer término había dado con mis
huesos en el ejército, no bastaba a protegerme ni resultaba lo bastante
encubridor o a prueba de balas. Tras su chaleco maltrecho había visto el
teniente de marras quién yo era. No sé si su homofobia y su radar para
detectar homosexuales provenían de su propia inclinación, cosa
que a veces sucede, o simplemente de su entrenamiento en la escuela
revolucionaria de la detección de lo que ya en los años 60 se llamó "la
enfermedad" y "la desviación", si bien estos conceptos no se limitaban
en su aplicación a los homosexuales, sino a toda persona de conducta
"dudosa" o "desviada".
De estos electroshocks que habrían de curarme de mi homosexualidad y hacer de mí no sólo un hombre nuevo
castro-guevarista, sino, simple y llanamente, "un hombre-macho, varón,
masculino", sin tendencias equívocas, sufrí nueve, pese a que a partir
del primero le expresé al médico mi deseo de suspenderlos. Tal vez el
procedimiento mismo para su administración fuera demasiado primitivo, o
luego me entrara la duda de si la normalidad que buscaba merecía
sacrificarle mi alma. El médico, un primer teniente, muy en su papel y
en su convicción profesional y revolucionaria, se atuvo a una decisión
que le correspondía, pues yo era, en tanto que recluta, "propiedad del
Estado". En mi primer libro de relatos, publicado años más tarde, cuando
me encontraba ya en el exilio, he dado cuenta en parte de esta
experiencia en un par de narraciones. Traté de imprimirles un carácter
impersonal porque el recuerdo vivo de estas experiencias y, sobre todo,
la justificante con que contó el episodio todo resultaban harto
dolorosas, por incomprensibles e insensatas. En las estadísticas del
régimen, hechos como éste se sitúan, si acaso, en la categoría de
"errores propios de un proceso revolucionario limpio y puro en sus
propósitos".
Me saltaré aquí unas cuantas experiencias de esta índole, para no
redundar en lo mismo, y les referiré algo sucedido posteriormente, acaso
decisivo en mi experiencia y en mi escritura. Antes, sin embargo, es
precisa una salvedad. Si alguno entre los presentes imagina en mí algo
remotamente parecido a un héroe, debe de inmediato desistir. De nada
parecido se trató, y no quiero a estas alturas de mi vida venir a
encarnar la persona equivocada. ¡Mucho de picaresca, y mucho de
esquizofrenia, y sólo eso! Mucho de simulación, de aparentar, y sobre
todo de aparentar no ser lo que era.
Hasta cierto punto, el éxito que alcancé en este rubro fue causante
de mi otra desgracia, es decir, de ser tenido por elegible para el
ejército. Muchos jóvenes heterosexuales, llegado el momento, fingían una
homosexualidad pasiva, amanerada, con tal de evitar
la conscripción de tres largos años, en los que un individuo era
rebajado de la condición de siervo permanente a la de esclavo, con una
ganancia neta para el Estado opresor. En mi caso, cuando hube llegado a
esa edad en que, ya para terminar la enseñanza superior, comienzan los
llamados al servicio militar obligatorio, y cuando al fin me enrolaron
como parte de un "llamado especial", el noveno, que debía incorporar al
ejército –según se declaraba– a jóvenes con más alto nivel académico del
acostumbrado, y después de sufrir la experiencia de un primer
entrenamiento riguroso de cincuenta días, más un año de servicio
regular, el acoso, no sexual, sino por causa de mi sexualidad, de que me
hizo víctima un primer teniente que era al propio tiempo el jefe de mi
unidad terminó por llevarme a la consulta del psiquiatra. (No se trataba
de mi primera experiencia de este orden).
Convencido plenamente de que el alienista tenía razón, y de que en
mente tenía mi bienestar; convencido, además, de que la homosexualidad
era, tal y como la definían los textos de toda índole, mis padres y
profesores, y hasta el cura, y conforme a la política oficial, una
patología cuyo tratamiento era posible y deseable, me sometí, del todo
conforme, a un tratamiento o terapia de electroshocks. Si
estaba en mis manos –razonaba– optar por una conducta y una inclinación
sexuales que me pusieran en sintonía con la norma, es decir, con "la
normalidad", ¿por qué abrazar el constante acoso, el rechazo, la burla,
la franca discriminación y tantos otros avatares? Era evidente que el
travestismo de la normalidad, que en primer término había dado con mis
huesos en el ejército, no bastaba a protegerme ni resultaba lo bastante
encubridor o a prueba de balas. Tras su chaleco maltrecho había visto el
teniente de marras quién yo era. No sé si su homofobia y su radar para
detectar homosexuales provenían de su propia inclinación, cosa
que a veces sucede, o simplemente de su entrenamiento en la escuela
revolucionaria de la detección de lo que ya en los años 60 se llamó "la
enfermedad" y "la desviación", si bien estos conceptos no se limitaban
en su aplicación a los homosexuales, sino a toda persona de conducta
"dudosa" o "desviada".
De estos electroshocks que habrían de curarme de mi homosexualidad y hacer de mí no sólo un hombre nuevo
castro-guevarista, sino, simple y llanamente, "un hombre-macho, varón,
masculino", sin tendencias equívocas, sufrí nueve, pese a que a partir
del primero le expresé al médico mi deseo de suspenderlos. Tal vez el
procedimiento mismo para su administración fuera demasiado primitivo, o
luego me entrara la duda de si la normalidad que buscaba merecía
sacrificarle mi alma. El médico, un primer teniente, muy en su papel y
en su convicción profesional y revolucionaria, se atuvo a una decisión
que le correspondía, pues yo era, en tanto que recluta, "propiedad del
Estado". En mi primer libro de relatos, publicado años más tarde, cuando
me encontraba ya en el exilio, he dado cuenta en parte de esta
experiencia en un par de narraciones. Traté de imprimirles un carácter
impersonal porque el recuerdo vivo de estas experiencias y, sobre todo,
la justificante con que contó el episodio todo resultaban harto
dolorosas, por incomprensibles e insensatas. En las estadísticas del
régimen, hechos como éste se sitúan, si acaso, en la categoría de
"errores propios de un proceso revolucionario limpio y puro en sus
propósitos".
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Cubano ilustre: Lezama Lima
Esto es un tokonoma:
luik- Cantidad de envíos : 9436
Fecha de inscripción : 11/07/2011
Edad : 41
Re: Cubano ilustre: Lezama Lima
En Cuba se han cometido tantos abusos, que seria interminable la lista de victimas.
_________________
Azali- Admin
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Fecha de inscripción : 27/10/2008
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