Realidad y pasado I desde Cuba Ángel Santiesteban
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Realidad y pasado I desde Cuba Ángel Santiesteban
Realidad y pasado I
Ángel Santiesteban | 20/11/2009 19:06
AP
DESDE LA NIÑEZ NOS SENTARON Frente al televisor para cocinarnos con imágenes negativas de tiempos pasados. Nos repetían diariamente qué estaba bien y qué estaba mal, qué se debía hacer y qué no; y llegamos a la juventud odiando aquel animado con los personajes: “Sí se puede y No se puede”. Nos aburrimos de tantos mensajes codificados. Ya habíamos crecido, pero insistían en darnos la comida con cucharaditas. Tantos años de permanencia con los ojos vendados nos ayudaron a caminar en la oscuridad, a encontrar el concepto de la equidad y de nuestros derechos.
Después que llegamos a esa definición, la discutí varias veces con mis amigos y con mi profesor de historia, comprendí que a nuestra generación no le hacían falta aquellas imágenes negativas con las que nos cocinaron.
Tenemos las nuestras, pero que ignoramos cuando sucedieron –le dije en aquella última clase antes que me expulsaran de la escuela–. Desde que tengo uso de razón recuerdo las imágenes que nos hacían rechazar el pasado; pero, a semejanza de esas imágenes que tanto nos aburrieron –dije olvidándome del lugar, del sistema en que vivía y de los alumnos extremistas que observaban sin poder creerlo–, por ejemplo, la de aquellos niños descalzos que jugaban en callejones insalubres, yo tengo la de otros niños de mi tiempo que tampoco tenían zapatos para ir a la escuela ni dinero para comprar merienda, ni desayuno en el estómago.
En mi memoria guardo las terribles fotografías gastadas por el tiempo: los enfermos mentales de Mazorra que encerraban desnudos en celdas de castigo donde no penetraba la luz y la oscuridad de tantos días los hacía perderse en el delirio de su locura; a cambio, ahora, tengo la imagen presente, diaria, de la caída de un hombre al vacío, la experiencia del recluso dentro de su celda de castigo: el chinchorro, perdido también en la oscuridad y el hambre formando parte de la generación de hijos que nadie quiso, como le había sucedido a mi padre, cuando se negó a pertenecer a cualquiera de las organizaciones revolucionarias que organizaba el nuevo sistema.
Enlace permanente | Publicado en: Los hijos que nadie quiso | Actualizado 20/11/2009 19:08
Ángel Santiesteban | 20/11/2009 19:06
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DESDE LA NIÑEZ NOS SENTARON Frente al televisor para cocinarnos con imágenes negativas de tiempos pasados. Nos repetían diariamente qué estaba bien y qué estaba mal, qué se debía hacer y qué no; y llegamos a la juventud odiando aquel animado con los personajes: “Sí se puede y No se puede”. Nos aburrimos de tantos mensajes codificados. Ya habíamos crecido, pero insistían en darnos la comida con cucharaditas. Tantos años de permanencia con los ojos vendados nos ayudaron a caminar en la oscuridad, a encontrar el concepto de la equidad y de nuestros derechos.
Después que llegamos a esa definición, la discutí varias veces con mis amigos y con mi profesor de historia, comprendí que a nuestra generación no le hacían falta aquellas imágenes negativas con las que nos cocinaron.
Tenemos las nuestras, pero que ignoramos cuando sucedieron –le dije en aquella última clase antes que me expulsaran de la escuela–. Desde que tengo uso de razón recuerdo las imágenes que nos hacían rechazar el pasado; pero, a semejanza de esas imágenes que tanto nos aburrieron –dije olvidándome del lugar, del sistema en que vivía y de los alumnos extremistas que observaban sin poder creerlo–, por ejemplo, la de aquellos niños descalzos que jugaban en callejones insalubres, yo tengo la de otros niños de mi tiempo que tampoco tenían zapatos para ir a la escuela ni dinero para comprar merienda, ni desayuno en el estómago.
En mi memoria guardo las terribles fotografías gastadas por el tiempo: los enfermos mentales de Mazorra que encerraban desnudos en celdas de castigo donde no penetraba la luz y la oscuridad de tantos días los hacía perderse en el delirio de su locura; a cambio, ahora, tengo la imagen presente, diaria, de la caída de un hombre al vacío, la experiencia del recluso dentro de su celda de castigo: el chinchorro, perdido también en la oscuridad y el hambre formando parte de la generación de hijos que nadie quiso, como le había sucedido a mi padre, cuando se negó a pertenecer a cualquiera de las organizaciones revolucionarias que organizaba el nuevo sistema.
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