No nos dé lecciones--Miriam Celaya
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No nos dé lecciones--Miriam Celaya
No nos dé lecciones
Noviembre 7, 2009 at 14:36 · Clasificados en Sin Evasión
Un asiduo lector español (según se evidencia en el uso del voceo y otros giros del idioma), que firma sus comentarios como “Deivi”, dice no entendernos –a los cubanos- cuando criticamos la gestión de Moratinos en su reciente visita a Cuba. Resulta interesante, sin embargo, que para fundamentar su aserto acuda (tal como si fuera un cubano de esos que no comprende) a posiciones contrapuestas y extremas.
Para empezar, a mí me pareció positivo –decir “estupendo” resulta exagerado- que Juanes viniera a La Habana porque el hecho promovió amplios debates acerca de Cuba, de la situación que aquí se vive y del futuro de la Isla. Pero la comparación de Juanes con Moratinos es, cuando menos, infeliz: el artista no es un diplomático representante de algún gobierno extranjero, de manera que no podíamos pretender que su presencia aquí significara algún cambio en la política. Al César lo que es del César. No obstante, tengo suficientes motivos para asegurar que Juanes sí deseaba contactar con representantes de la sociedad civil independiente y el cerco de la policía política, que seguía paso a paso todos sus movimientos, se lo impidió.
Siguiendo el orden de las preocupaciones de nuestro amable lector, la crítica al uso de la diplomacia del gobierno español para con la dictadura cubana no implica necesariamente que las otras opciones sean “mirar para otro lado” o “ir a una guerra”. Creo que un diplomático hábil debe tener suficiente arsenal para encontrar terceras opciones: presionar para avanzar en el respeto a los derechos humanos (que pregona defender) y a la vez mantener un flujo de comunicación e intercambio oficial con el gobierno. En todo caso, Moratinos no puede pretender que su visita –movida fundamentalmente por la solución de intereses económicos de su país- constituya un avance en materia política o una posibilidad de apertura democrática en Cuba: eso es completamente hipócrita y mendaz.
Tampoco me parece respetuoso el criterio de que “los que escribimos aquí” tenemos “todas las necesidades básicas cubiertas” y no nos importan otros desgraciados que sufren en Cuba. Es preciso saber discrepar sin ofender. Sepa este lector que, al menos en mi modesto criterio, la libertad es una necesidad básica incuestionable, que aquí ninguno de nosotros la tiene “cubierta” y que me he dedicado sistemáticamente a denunciar todos los males de Cuba, aunque no me afecten directamente a mí. Como no arropo un espíritu de rebaño, no considero que tener qué comer, con qué vestirse o dónde vivir, sean los límites de las aspiraciones humanas: decenas de miles de años nos separan de los cavernícolas, se viva en Cuba o en cualquier otro punto del planeta.
Y, siguiendo su apasionado discurso, ¿qué se considera exactamente “aislamiento” de Cuba? Quizás nuestro amigo ignora que no aislar al gobierno cubano no evita en ningún sentido que el pueblo cubano viva en el más absoluto aislamiento. ¿Acaso cree, por ejemplo, que los cubanos nos hemos beneficiado alguna vez con las negociaciones del gobierno y sus convenios con empresarios extranjeros? Seguramente su sensibilidad ignora que muchas empresas extranjeras (españolas también, sí señor), se benefician inescrupulosamente con la explotación de una de las manos de obra especializadas más barata del mundo, que son muchos cubanos de la Isla.
Tampoco es efectivo comparar la realidad cubana bajo la dictadura más larga que conoce el mundo occidental con la dictadura que vivió España. Ya lo dice el propio lector: “A España la sacó de la crisis económica provocada por la guerra civil el ‘desarrollismo de los años 60′” y añade que “esto se consiguió porque se favoreció la integración de España en los organismos internacionales”. No comprende –no puede comprenderlo, claro está- que la dictadura de Franco no significó nunca la supresión de la propiedad ni mucho menos la imposición de un régimen comunista, donde se eliminan todas las iniciativas y capacidades individuales en función de un falso colectivismo que permite al Estado-Gobierno-Partido disponer totalitariamente no solo de todos los ingresos o riquezas, sino también del capital humano del país. Sin ánimo de aupar a ninguna, la diferencia entre la dictadura franquista y la castrista es abismal, más allá del tiempo en que se prolongó cada una.
A los cubanos ningún acuerdo o coqueteo extranjero nos ha propiciado una “mejor alimentación” ni una “vida digna”, con todo respeto. No creo pues, que sea tan importante que gobiernos europeos nos incluyan en sus agendas, como la forma en que se nos incluya. Es decir, celebraría que Cuba fuera incluida en esas ilustres agendas de una manera tan inteligente y bien intencionada, que ello forzara al gobierno a cumplir al menos con los compromisos que ha firmado en materia de Derechos Humanos; algo que no ha ocurrido hasta ahora porque, por supuesto, los cubanos no somos una prioridad para ningún gobierno (empezando por el de acá) y porque no son los pueblos ni las buenas intenciones los que trazan las políticas.
Debe quedar claro a este amigo confundido (al que es preciso ayudar para que comprenda), que no corresponde a los cubanos exigirle a los Castro el pago de su deuda a España. Nosotros no hemos sido parte ni beneficiarios de tales devaneos. Si los empresarios españoles eligieron negociar con los bandidos de verdeolivo, incluso buscando inmorales ventajas sobre una población hambreada y llena de privaciones, a esas empresas y al gobierno español –y solo a ellos- corresponde exigir por lo que se les adeuda. Quizás en esos impagos de la parte cubana está la penitencia de la parte española, que a fin de cuentas entre bandidos va la cosa.
Para finalizar, permítaseme hacer un descargo: lejos de animar sentimientos negativos por los buenos españoles, siento un profundo afecto y simpatía por ellos. De España son todos mis ancestros paternos, gente trabajadora, sencilla y honesta cuyo principal legado familiar han sido justamente esos valores. De mi padre, hijo de un vasco y una navarra, aprendí el amor por la verdad y el sentido de la justicia. Conste, que no es éste tampoco un legado privativo de los españoles. Me gusta pensar que nuestro lector de referencia también está animado de un sincero interés y solidaridad por Cuba, y se agradece; solo que nunca su afán será comparable con el amor que siento yo por los cubanos. Por favor, no nos dé lecciones.
Noviembre 7, 2009 at 14:36 · Clasificados en Sin Evasión
Un asiduo lector español (según se evidencia en el uso del voceo y otros giros del idioma), que firma sus comentarios como “Deivi”, dice no entendernos –a los cubanos- cuando criticamos la gestión de Moratinos en su reciente visita a Cuba. Resulta interesante, sin embargo, que para fundamentar su aserto acuda (tal como si fuera un cubano de esos que no comprende) a posiciones contrapuestas y extremas.
Para empezar, a mí me pareció positivo –decir “estupendo” resulta exagerado- que Juanes viniera a La Habana porque el hecho promovió amplios debates acerca de Cuba, de la situación que aquí se vive y del futuro de la Isla. Pero la comparación de Juanes con Moratinos es, cuando menos, infeliz: el artista no es un diplomático representante de algún gobierno extranjero, de manera que no podíamos pretender que su presencia aquí significara algún cambio en la política. Al César lo que es del César. No obstante, tengo suficientes motivos para asegurar que Juanes sí deseaba contactar con representantes de la sociedad civil independiente y el cerco de la policía política, que seguía paso a paso todos sus movimientos, se lo impidió.
Siguiendo el orden de las preocupaciones de nuestro amable lector, la crítica al uso de la diplomacia del gobierno español para con la dictadura cubana no implica necesariamente que las otras opciones sean “mirar para otro lado” o “ir a una guerra”. Creo que un diplomático hábil debe tener suficiente arsenal para encontrar terceras opciones: presionar para avanzar en el respeto a los derechos humanos (que pregona defender) y a la vez mantener un flujo de comunicación e intercambio oficial con el gobierno. En todo caso, Moratinos no puede pretender que su visita –movida fundamentalmente por la solución de intereses económicos de su país- constituya un avance en materia política o una posibilidad de apertura democrática en Cuba: eso es completamente hipócrita y mendaz.
Tampoco me parece respetuoso el criterio de que “los que escribimos aquí” tenemos “todas las necesidades básicas cubiertas” y no nos importan otros desgraciados que sufren en Cuba. Es preciso saber discrepar sin ofender. Sepa este lector que, al menos en mi modesto criterio, la libertad es una necesidad básica incuestionable, que aquí ninguno de nosotros la tiene “cubierta” y que me he dedicado sistemáticamente a denunciar todos los males de Cuba, aunque no me afecten directamente a mí. Como no arropo un espíritu de rebaño, no considero que tener qué comer, con qué vestirse o dónde vivir, sean los límites de las aspiraciones humanas: decenas de miles de años nos separan de los cavernícolas, se viva en Cuba o en cualquier otro punto del planeta.
Y, siguiendo su apasionado discurso, ¿qué se considera exactamente “aislamiento” de Cuba? Quizás nuestro amigo ignora que no aislar al gobierno cubano no evita en ningún sentido que el pueblo cubano viva en el más absoluto aislamiento. ¿Acaso cree, por ejemplo, que los cubanos nos hemos beneficiado alguna vez con las negociaciones del gobierno y sus convenios con empresarios extranjeros? Seguramente su sensibilidad ignora que muchas empresas extranjeras (españolas también, sí señor), se benefician inescrupulosamente con la explotación de una de las manos de obra especializadas más barata del mundo, que son muchos cubanos de la Isla.
Tampoco es efectivo comparar la realidad cubana bajo la dictadura más larga que conoce el mundo occidental con la dictadura que vivió España. Ya lo dice el propio lector: “A España la sacó de la crisis económica provocada por la guerra civil el ‘desarrollismo de los años 60′” y añade que “esto se consiguió porque se favoreció la integración de España en los organismos internacionales”. No comprende –no puede comprenderlo, claro está- que la dictadura de Franco no significó nunca la supresión de la propiedad ni mucho menos la imposición de un régimen comunista, donde se eliminan todas las iniciativas y capacidades individuales en función de un falso colectivismo que permite al Estado-Gobierno-Partido disponer totalitariamente no solo de todos los ingresos o riquezas, sino también del capital humano del país. Sin ánimo de aupar a ninguna, la diferencia entre la dictadura franquista y la castrista es abismal, más allá del tiempo en que se prolongó cada una.
A los cubanos ningún acuerdo o coqueteo extranjero nos ha propiciado una “mejor alimentación” ni una “vida digna”, con todo respeto. No creo pues, que sea tan importante que gobiernos europeos nos incluyan en sus agendas, como la forma en que se nos incluya. Es decir, celebraría que Cuba fuera incluida en esas ilustres agendas de una manera tan inteligente y bien intencionada, que ello forzara al gobierno a cumplir al menos con los compromisos que ha firmado en materia de Derechos Humanos; algo que no ha ocurrido hasta ahora porque, por supuesto, los cubanos no somos una prioridad para ningún gobierno (empezando por el de acá) y porque no son los pueblos ni las buenas intenciones los que trazan las políticas.
Debe quedar claro a este amigo confundido (al que es preciso ayudar para que comprenda), que no corresponde a los cubanos exigirle a los Castro el pago de su deuda a España. Nosotros no hemos sido parte ni beneficiarios de tales devaneos. Si los empresarios españoles eligieron negociar con los bandidos de verdeolivo, incluso buscando inmorales ventajas sobre una población hambreada y llena de privaciones, a esas empresas y al gobierno español –y solo a ellos- corresponde exigir por lo que se les adeuda. Quizás en esos impagos de la parte cubana está la penitencia de la parte española, que a fin de cuentas entre bandidos va la cosa.
Para finalizar, permítaseme hacer un descargo: lejos de animar sentimientos negativos por los buenos españoles, siento un profundo afecto y simpatía por ellos. De España son todos mis ancestros paternos, gente trabajadora, sencilla y honesta cuyo principal legado familiar han sido justamente esos valores. De mi padre, hijo de un vasco y una navarra, aprendí el amor por la verdad y el sentido de la justicia. Conste, que no es éste tampoco un legado privativo de los españoles. Me gusta pensar que nuestro lector de referencia también está animado de un sincero interés y solidaridad por Cuba, y se agradece; solo que nunca su afán será comparable con el amor que siento yo por los cubanos. Por favor, no nos dé lecciones.
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