Despedida de duelo por Miriam Celaya
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Despedida de duelo por Miriam Celaya
Despedida de duelo
Febrero 19, 2010 at 20:22 · Clasificados en Sin Evasión
Hace solo pocos años, en 2005, nacieron los “trabajadores sociales” como recurso infalible del Invicto para combatir la corrupción generalizada en Cuba. En aquel entonces yo publiqué dos artículos sobre el tema: “Trabajadores sociales: ¿el nuevo ungüento de la Magdalena?” (Firmado bajo el seudónimo T. Avellaneda en la Revista digital Consenso) y “Los ángeles de Castro” (con el seudónimo Eva González, Diario Digital Encuentro en la Red), trabajos de los cuales me permito reproducir aquí el primero, que he podido rescatar, para los lectores que tengan la paciencia de leerlo.
El tema resultaría extemporáneo si no fuera porque en la actualidad los trabajadores sociales están siendo masivamente desmovilizados y “reubicados” laboralmente en las plazas que urgen al gobierno en las contingencias actuales. Se dice que solo dejarán en activo el grupo mínimo indispensable para atender casos verdaderamente necesitados de asistencia social, los que quedarán vinculados a los consultorios de médicos de la familia y policlínicos. Es así que, entre los otrora favoritos del reyezuelo, muchos hombres son enviados a las labores agrícolas y a la construcción, en tanto a las mujeres se les otorga un plazo de gracia de tres meses para encontrar un puesto de trabajo que les resulte más conveniente que el que les ofrecen los funcionarios encargados de la “reubicación”.
Desde sus inicios estaba claro que el experimento sería un fracaso. Ninguna economía es capaz de sostener tamaño tren de gastos y prebendas, salarios tan elevados para miles de personas improductivas y, mucho menos, el mantenimiento de fondos para lo que constituían “botellas” oficiales: es sabido que un elevado porcentaje del total de los llamados “trabajadores sociales” permanecían ociosos, sin dejar de percibir sus salarios íntegros; una vía expedita para corromper a los jóvenes, que, sin esfuerzo o mérito alguno, recibían privilegios y facilidades de las que carece la mayoría de la población de la Isla, jornales más elevados que la media de los trabajadores cubanos, las carreras universitarias más codiciadas por los estudiantes regulares y los “poderes” que emanaban de la sagrada protección oficial.
Así pues, envueltos en el más absoluto silencio, en contraste con las estridencias de su surgimiento, los adalides de la pureza socialista han caído en desgracia y desaparecen del panorama como si nunca hubiesen existido. Se marchan derrotados, sin glorias y sin confetis, mientras la corrupción continúa gozando de la más rebosante salud. Hoy, los antes aguerridos y revolucionarios trabajadores sociales, uno de los últimos engendros del megalómano ex presidente cubano, han pasado a engrosar las nutridas filas de los inconformes. Lástima que los oportunistas de cualquier denominación o procedencia nunca resulten una adquisición confiable.
Ilustración: Fotografía de Orlando Luis Pardo
Trabajadores sociales: ¿el nuevo ungüento de la Magdalena?
(Publicado en la Revista Digital Consenso, No. 5 de 2005, bajo el seudónimo de T. Avellaneda)
Una nueva cruzada contra la corrupción, aplicada fundamentalmente en la capital, es el más reciente y desesperado intento del gobierno para controlar algunos de los agujeros por los que se escurre la maltrecha economía cubana. Esta vez, son los llamados trabajadores sociales -una especie de fuerza multipropósito que hasta ahora había sido destinada a visitar ancianos carentes de amparo filial o a apoyar a las familias de más bajos ingresos con niños minusválidos, entre otras misiones similares-, los encargados de sanear la economía cerrando las brechas a los malversadores.
En principio, la lucha contra la corrupción podría considerarse un evento positivo, si bien no resulta un fenómeno novedoso en Cuba (ni la corrupción ni las tentativas de eliminarla). ¿Acaso algún cubano ha olvidado aquellos famosos operativos como “Pitirre en el Alambre”, contra los Mercados Libres Campesinos; “Operación Adoquín”, contra los artesanos de la Plaza de la Catedral, que tuvieron lugar en la década de los 80? Unos años después otra cruzada; “Operación Maceta” , pretendía acabar con los especuladores que acumularon grandes sumas mediante negocios ilícitos, a la vez que permitía al gobierno recoger una gran cantidad de efectivo y retornarlo a las arcas del Estado, que fue y sigue siendo el principal malversador de la economía del país.
Como todos los cubanos sabemos, ninguna de estas operaciones de saneamiento económico y moral tuvieron más efecto que el de la inmediatez, en muchos sentidos nociva para la familia cubana. Después de la operación “Pitirre”, como la comenzó a llamar la voz popular, las amas de casa no contaron más con un mercado en el cual adquirir viandas, vegetales o cárnicos para completar la exigua canasta básica que permite a los ciudadanos cubanos el acceso a una asignación ridícula de alimentos por precios módicos, cartilla de racionamiento mediante. Tuvimos que esperar a los oscuros y deprimentes años 90 para que el gobierno cubano comprendiera que –dada su incapacidad para garantizar la alimentación de la población- debía permitir el retorno de los mercados agropecuarios, pese a los elevados precios de sus productos, a fin de paliar la hambruna que se desató durante el eufemísticamente llamado “período especial”. Igualmente inocuas resultaron las medidas para suprimir el mercado artesanal, con su oferta de ciertos productos que el Estado no es capaz de ofrecer. Los artesanos regresaron con renovados bríos -e incrementados precios- como una alternativa (no bolivariana ni martiana, por cierto) para aquellos cubanos cuyos bolsillos resultan insuficientes frente a las tiendas estatales que ofrecen sus mercancías en pesos convertibles y con precios aún más astronómicos.
Ahora pretenden demostrarnos lo que hace mucho tiempo conocemos: existe corrupción y malversación en Cuba. Se dice que hay toda una serie de “parásitos”, de “lacra” que vive “a costa del pueblo”, robando los bienes del Estado, desviando recursos. Lo que no sabremos nunca es cuánto se malversa, ni a todos los niveles a los que llega la corrupción. Podemos, eso sí, imaginarlo. La imaginación y la especulación han sido los eternos recursos del cubano frente a la falta de información. El cubano no es un sujeto activo dentro de las decisiones económicas del país. Ni siquiera tiene conocimiento de cuál ha sido el ingreso económico anual, cuáles las cifras exactas de inversiones o de exportaciones, etc. Debemos conformarnos con pseudoinformaciones tan ambiguas como que el PIB creció en un 8% el año pasado (¿?), o que en determinado renglón se duplicaron los ingresos con respecto al año anterior (¿y cuáles fueron los ingresos del año anterior?). Acaso debamos limitarnos a estar felices y optimistas porque “vamos bien”. Las medidas económicas en todos los casos, hasta ahora, solo han logrado perjudicar a la mayoría, en tanto arbitrarias y enajenadas de la realidad nacional.
Lo cierto es que ahí tenemos a los trabajadores sociales para resolver el problema de la corrupción. Eso sí, recordemos que en Cuba la solución de un problema implica el surgimiento de muchos más, y a veces mayores que aquellos que originalmente se pretendían eliminar, toda vez que se aplican restricciones sobre un mercado ilegal sin que se establezcan mercados legales que satisfagan las demandas de la población. Pero algo me dice que esta vez tampoco va a funcionar; y es que no se puede eliminar un mal atacando los efectos y no las causas que lo originan. La corrupción no se va a erradicar aumentando el número de inspectores, de policías o incrementando la “vigilancia cederista”. Estos métodos han demostrado su ineficacia a lo largo de numerosos años y campañas de purgas sucesivas. Más bien han conseguido elevar el número de corruptos.
Una de las principales causas de la corrupción es el absoluto divorcio que existe entre el salario y las jubilaciones con respecto al costo de la vida. La imposibilidad del cubano de vivir de sus ingresos -sean por concepto de salario o de jubilación- hace que busque soluciones económicas alternativas, las que llevan directamente al delito. El asunto se agrava ante la negativa del gobierno cubano a permitir el desarrollo de alternativas privadas, o lo que es igual, a legalizar algunas de esas soluciones que facilitarían el desenvolvimiento económico de los ciudadanos en múltiples servicios, a la vez que liberaría al Estado de responsabilidades que, a todas luces, le resultan abrumadoramente pesadas.
Así que tenemos a La Habana tomada por asalto por centenares de jóvenes de otras provincias, a los que hay que garantizar alojamiento y alimentación por cuenta del Estado, los que han comenzado a trabajar en las gasolineras de la ciudad y han incrementado significativamente los ingresos de estos centros al controlar rigurosamente tanto el expendio de diésel y gasolina, como el monto en metálico de estas operaciones. La falta de habilidad de estos jóvenes en este tipo de actividad inusual para ellos y las trabas que hay que superar ahora para adquirir el combustible (usted debe declarar cuánto va a comprar, pagar, recibir un comprobante y previa presentación de éste al trabajador social que despacha, conseguirá por fin el anhelado producto), ocasionan colas en las gasolineras. Por si todos estos controles fueran pocos, los nuevos “pisteros” deben anotar el número de la matrícula de cada automóvil al que despachan y la cantidad de combustible que éstos han adquirido.
Algunos suspicaces consideran, no sin un alto grado de acierto, que estas medidas están encaminadas -entre otras cosas- a limitar la asignación de gasolina y diesel, que se ha destinado durante años al transporte perteneciente a empresas y organismos del Estado mediante el sistema de bonos y, de esta forma, evitar la reventa del sobrante que no es consumido y que pasaba a integrarse en la rueda del mercado negro que surtía a los particulares por un precio inferior al que encontraban en las gasolineras. Los controles que ahora se están aplicando pudieran conducir a una reducción más o menos drástica de tales asignaciones.
Por su parte, los trabajadores sociales de La Habana han sido enviados a erradicar la corrupción en las provincias orientales. Este enroque no resulta muy parejo: si bien los muchachos de las provincias del interior se muestran complacidos –y hasta felices- de venir a la capital, y para permanecer en ella son capaces de enfrentar las tareas más disímiles; no ocurre lo mismo con una parte de los jóvenes capitalinos que han sido destacados en el decadente oriente cubano. Acostumbrados a la vida activa y más agitada de la gran urbe, ya hay un sector significativo de ellos que se sienten frustrados e inconformes de ser utilizados para cualquier contingencia, en lo que un amigo mío ha dado en llamar “misión internacionalista que no acumula méritos”, puesto que estar en esa región equivale a permanecer en medio de la nada, desterrado a un sitio muerto, sin las “ventajas” que traen consigo las misiones internacionalistas a otros países.
La malévola opinión popular es que a los muchachos de provincias que fueron destinados a la capital “solo hay que darles tiempo”. Es decir, que en medio de una sociedad donde son tantas las penurias y tan perennes las carencias materiales de todo tipo, es fácil corromperse. El precio de cada individuo estaría directamente relacionado con sus niveles de necesidades, y es obvio que en la ciudad de La Habana sus necesidades no serán las mismas que tenían en sus provincias de origen.
Por lo pronto, pese a que algunos -quizás malintencionados- aseguran que ya tienen su propio trabajador social para resolver la gasolina, la ciudad acusa ciertos reflejos negativos de la lucha contra la corrupción. Es posible que no haya relación alguna entre los controles del diésel y la carencia de productos del agro en la gran mayoría de los mercados de la ciudad, pero lo cierto es que se hace necesaria una verdadera peregrinación de un mercado a otro del barrio, muchas veces infructuosa, con la esperanza de encontrar alguna col escuálida o algún mazo de habichuelas de dudosa frescura.
Antes de esta nueva batalla por la honestidad, pululaban por la ciudad los camiones de varias provincias del interior, ya fuera con matrícula particular o los propios camiones de transporte estatal o al servicio de las cooperativas de producción agrícola, que usualmente se dedicaban a transportar los necesarios productos hasta los mercados. Ahora los camiones son tan escasos como los productos en cuestión, que no es lo mismo comprar el petróleo “por la izquierda” por un precio de tres pesos corrientes el litro, que adquirirlo legalmente en una gasolinera a 50 centavos de peso convertible, es decir, cuatro veces más caro.
Cada tentativa de luchar contra la corrupción tiene un efecto inmediato sobre la cotidianidad del cubano. La multiplicación de las carencias demuestra que es precisamente el mercado negro, que se nutre de la corrupción, el que provee a los cubanos de aquellos productos que le son necesarios, anomalía de la deformada economía cubana que hemos estado viviendo durante décadas. Esta situación, que trae irremediablemente consigo la corrupción generalizada, fue definida, pocos años atrás, de manera muy ilustrativa:
“Una gigantesca y eficiente red de productos y servicios al margen de la ley funciona a lo largo y ancho del territorio cubano. La oferta de artículos originales o adulterados abarca, desde una aguja de coser hasta un detective privado; desde una linda caribeña hasta una consulta astrológica, desde una reparación de calzado hasta la construcción de mansiones; desde la prensa hasta un documento oficial. A falta de locales propios la red emplea los del Estado, donde comercializan o prestan sus servicios, lo que originó el vocablo Estaticular, es decir, gastos del Estado y utilidades del particular. La fuente principal de abastecimiento es el robo, con la consiguiente corrupción. Los verbos escapar, luchar y resolver, designan acciones para adquirir lo necesario adicional.” (Castellanos, D. 2001)
Por otra parte, ¿qué medidas se van a tomar con los trabajadores originales de las gasolineras quienes, se dice, están en casa “de vacaciones”, cobrando su salario completo? ¿Quedarán desempleados? Porque si es cierto que este experimento purificador tiene una duración de solo 45 días y después pasarán los trabajadores sociales a desempeñarse en otros lugares donde proliferan las irregularidades y malversaciones (léase en las tiendas de pesos convertibles, en los hoteles, en las farmacias, en las bodegas de productos controlados por la cartilla de racionamiento, en cualquier punto de la producción o los servicios donde sea posible sustraer algún beneficio económico o de otro tipo), ¿quiénes serán los ángeles puros que vengan a ocupar su lugar? Habrá que movilizar grandes ejércitos de ellos desde las provincias del interior porque, según declaraciones del presidente, las provincias son honradas, en tanto la capital está llena de corruptos. Aparentemente olvida el detalle significativo de que un alto porcentaje de los habitantes de la ciudad de La Habana procede de esas provincias, y se trasladó hacia la capital precisamente buscando oportunidades económicas que no se les presentaban en sus provincias de origen. En todo caso, ya que existen esas escuelas de trabajadores sociales capaces de formar en pocos meses al soñado Hombre Nuevo, insobornable, no contaminable y con una conciencia químicamente pura, es posible que el gobierno decida mandar a estudiar en ellas a los muchos corruptos, a fin de que sean reeducados.
Otro aspecto a tener en cuenta es el carácter especializado de algunas de las categorías ocupacionales que se pretenden sanear y para cuyo desempeño los trabajadores sociales no están capacitados. Se ignora cuál será la solución que han considerado las autoridades para superar este escollo, pero confío en que ha de ser, como siempre, verdaderamente ingeniosa.
Solo una verdadera propuesta de programa integral que fomente la actitud emprendedora de la ciudadanía como camino de las soluciones materiales y de la recuperación moral, partiendo de la participación de todos los cubanos, así como del reconocimiento a la libertad y a los espacios y oportunidades para todos, crearía las bases propicias para recuperar la dignidad y el valor del trabajo y del esfuerzo de cada individuo y sería el principio del fin de la generalización de la corrupción y del delito económico en Cuba.
Febrero 19, 2010 at 20:22 · Clasificados en Sin Evasión
Hace solo pocos años, en 2005, nacieron los “trabajadores sociales” como recurso infalible del Invicto para combatir la corrupción generalizada en Cuba. En aquel entonces yo publiqué dos artículos sobre el tema: “Trabajadores sociales: ¿el nuevo ungüento de la Magdalena?” (Firmado bajo el seudónimo T. Avellaneda en la Revista digital Consenso) y “Los ángeles de Castro” (con el seudónimo Eva González, Diario Digital Encuentro en la Red), trabajos de los cuales me permito reproducir aquí el primero, que he podido rescatar, para los lectores que tengan la paciencia de leerlo.
El tema resultaría extemporáneo si no fuera porque en la actualidad los trabajadores sociales están siendo masivamente desmovilizados y “reubicados” laboralmente en las plazas que urgen al gobierno en las contingencias actuales. Se dice que solo dejarán en activo el grupo mínimo indispensable para atender casos verdaderamente necesitados de asistencia social, los que quedarán vinculados a los consultorios de médicos de la familia y policlínicos. Es así que, entre los otrora favoritos del reyezuelo, muchos hombres son enviados a las labores agrícolas y a la construcción, en tanto a las mujeres se les otorga un plazo de gracia de tres meses para encontrar un puesto de trabajo que les resulte más conveniente que el que les ofrecen los funcionarios encargados de la “reubicación”.
Desde sus inicios estaba claro que el experimento sería un fracaso. Ninguna economía es capaz de sostener tamaño tren de gastos y prebendas, salarios tan elevados para miles de personas improductivas y, mucho menos, el mantenimiento de fondos para lo que constituían “botellas” oficiales: es sabido que un elevado porcentaje del total de los llamados “trabajadores sociales” permanecían ociosos, sin dejar de percibir sus salarios íntegros; una vía expedita para corromper a los jóvenes, que, sin esfuerzo o mérito alguno, recibían privilegios y facilidades de las que carece la mayoría de la población de la Isla, jornales más elevados que la media de los trabajadores cubanos, las carreras universitarias más codiciadas por los estudiantes regulares y los “poderes” que emanaban de la sagrada protección oficial.
Así pues, envueltos en el más absoluto silencio, en contraste con las estridencias de su surgimiento, los adalides de la pureza socialista han caído en desgracia y desaparecen del panorama como si nunca hubiesen existido. Se marchan derrotados, sin glorias y sin confetis, mientras la corrupción continúa gozando de la más rebosante salud. Hoy, los antes aguerridos y revolucionarios trabajadores sociales, uno de los últimos engendros del megalómano ex presidente cubano, han pasado a engrosar las nutridas filas de los inconformes. Lástima que los oportunistas de cualquier denominación o procedencia nunca resulten una adquisición confiable.
Ilustración: Fotografía de Orlando Luis Pardo
Trabajadores sociales: ¿el nuevo ungüento de la Magdalena?
(Publicado en la Revista Digital Consenso, No. 5 de 2005, bajo el seudónimo de T. Avellaneda)
Una nueva cruzada contra la corrupción, aplicada fundamentalmente en la capital, es el más reciente y desesperado intento del gobierno para controlar algunos de los agujeros por los que se escurre la maltrecha economía cubana. Esta vez, son los llamados trabajadores sociales -una especie de fuerza multipropósito que hasta ahora había sido destinada a visitar ancianos carentes de amparo filial o a apoyar a las familias de más bajos ingresos con niños minusválidos, entre otras misiones similares-, los encargados de sanear la economía cerrando las brechas a los malversadores.
En principio, la lucha contra la corrupción podría considerarse un evento positivo, si bien no resulta un fenómeno novedoso en Cuba (ni la corrupción ni las tentativas de eliminarla). ¿Acaso algún cubano ha olvidado aquellos famosos operativos como “Pitirre en el Alambre”, contra los Mercados Libres Campesinos; “Operación Adoquín”, contra los artesanos de la Plaza de la Catedral, que tuvieron lugar en la década de los 80? Unos años después otra cruzada; “Operación Maceta” , pretendía acabar con los especuladores que acumularon grandes sumas mediante negocios ilícitos, a la vez que permitía al gobierno recoger una gran cantidad de efectivo y retornarlo a las arcas del Estado, que fue y sigue siendo el principal malversador de la economía del país.
Como todos los cubanos sabemos, ninguna de estas operaciones de saneamiento económico y moral tuvieron más efecto que el de la inmediatez, en muchos sentidos nociva para la familia cubana. Después de la operación “Pitirre”, como la comenzó a llamar la voz popular, las amas de casa no contaron más con un mercado en el cual adquirir viandas, vegetales o cárnicos para completar la exigua canasta básica que permite a los ciudadanos cubanos el acceso a una asignación ridícula de alimentos por precios módicos, cartilla de racionamiento mediante. Tuvimos que esperar a los oscuros y deprimentes años 90 para que el gobierno cubano comprendiera que –dada su incapacidad para garantizar la alimentación de la población- debía permitir el retorno de los mercados agropecuarios, pese a los elevados precios de sus productos, a fin de paliar la hambruna que se desató durante el eufemísticamente llamado “período especial”. Igualmente inocuas resultaron las medidas para suprimir el mercado artesanal, con su oferta de ciertos productos que el Estado no es capaz de ofrecer. Los artesanos regresaron con renovados bríos -e incrementados precios- como una alternativa (no bolivariana ni martiana, por cierto) para aquellos cubanos cuyos bolsillos resultan insuficientes frente a las tiendas estatales que ofrecen sus mercancías en pesos convertibles y con precios aún más astronómicos.
Ahora pretenden demostrarnos lo que hace mucho tiempo conocemos: existe corrupción y malversación en Cuba. Se dice que hay toda una serie de “parásitos”, de “lacra” que vive “a costa del pueblo”, robando los bienes del Estado, desviando recursos. Lo que no sabremos nunca es cuánto se malversa, ni a todos los niveles a los que llega la corrupción. Podemos, eso sí, imaginarlo. La imaginación y la especulación han sido los eternos recursos del cubano frente a la falta de información. El cubano no es un sujeto activo dentro de las decisiones económicas del país. Ni siquiera tiene conocimiento de cuál ha sido el ingreso económico anual, cuáles las cifras exactas de inversiones o de exportaciones, etc. Debemos conformarnos con pseudoinformaciones tan ambiguas como que el PIB creció en un 8% el año pasado (¿?), o que en determinado renglón se duplicaron los ingresos con respecto al año anterior (¿y cuáles fueron los ingresos del año anterior?). Acaso debamos limitarnos a estar felices y optimistas porque “vamos bien”. Las medidas económicas en todos los casos, hasta ahora, solo han logrado perjudicar a la mayoría, en tanto arbitrarias y enajenadas de la realidad nacional.
Lo cierto es que ahí tenemos a los trabajadores sociales para resolver el problema de la corrupción. Eso sí, recordemos que en Cuba la solución de un problema implica el surgimiento de muchos más, y a veces mayores que aquellos que originalmente se pretendían eliminar, toda vez que se aplican restricciones sobre un mercado ilegal sin que se establezcan mercados legales que satisfagan las demandas de la población. Pero algo me dice que esta vez tampoco va a funcionar; y es que no se puede eliminar un mal atacando los efectos y no las causas que lo originan. La corrupción no se va a erradicar aumentando el número de inspectores, de policías o incrementando la “vigilancia cederista”. Estos métodos han demostrado su ineficacia a lo largo de numerosos años y campañas de purgas sucesivas. Más bien han conseguido elevar el número de corruptos.
Una de las principales causas de la corrupción es el absoluto divorcio que existe entre el salario y las jubilaciones con respecto al costo de la vida. La imposibilidad del cubano de vivir de sus ingresos -sean por concepto de salario o de jubilación- hace que busque soluciones económicas alternativas, las que llevan directamente al delito. El asunto se agrava ante la negativa del gobierno cubano a permitir el desarrollo de alternativas privadas, o lo que es igual, a legalizar algunas de esas soluciones que facilitarían el desenvolvimiento económico de los ciudadanos en múltiples servicios, a la vez que liberaría al Estado de responsabilidades que, a todas luces, le resultan abrumadoramente pesadas.
Así que tenemos a La Habana tomada por asalto por centenares de jóvenes de otras provincias, a los que hay que garantizar alojamiento y alimentación por cuenta del Estado, los que han comenzado a trabajar en las gasolineras de la ciudad y han incrementado significativamente los ingresos de estos centros al controlar rigurosamente tanto el expendio de diésel y gasolina, como el monto en metálico de estas operaciones. La falta de habilidad de estos jóvenes en este tipo de actividad inusual para ellos y las trabas que hay que superar ahora para adquirir el combustible (usted debe declarar cuánto va a comprar, pagar, recibir un comprobante y previa presentación de éste al trabajador social que despacha, conseguirá por fin el anhelado producto), ocasionan colas en las gasolineras. Por si todos estos controles fueran pocos, los nuevos “pisteros” deben anotar el número de la matrícula de cada automóvil al que despachan y la cantidad de combustible que éstos han adquirido.
Algunos suspicaces consideran, no sin un alto grado de acierto, que estas medidas están encaminadas -entre otras cosas- a limitar la asignación de gasolina y diesel, que se ha destinado durante años al transporte perteneciente a empresas y organismos del Estado mediante el sistema de bonos y, de esta forma, evitar la reventa del sobrante que no es consumido y que pasaba a integrarse en la rueda del mercado negro que surtía a los particulares por un precio inferior al que encontraban en las gasolineras. Los controles que ahora se están aplicando pudieran conducir a una reducción más o menos drástica de tales asignaciones.
Por su parte, los trabajadores sociales de La Habana han sido enviados a erradicar la corrupción en las provincias orientales. Este enroque no resulta muy parejo: si bien los muchachos de las provincias del interior se muestran complacidos –y hasta felices- de venir a la capital, y para permanecer en ella son capaces de enfrentar las tareas más disímiles; no ocurre lo mismo con una parte de los jóvenes capitalinos que han sido destacados en el decadente oriente cubano. Acostumbrados a la vida activa y más agitada de la gran urbe, ya hay un sector significativo de ellos que se sienten frustrados e inconformes de ser utilizados para cualquier contingencia, en lo que un amigo mío ha dado en llamar “misión internacionalista que no acumula méritos”, puesto que estar en esa región equivale a permanecer en medio de la nada, desterrado a un sitio muerto, sin las “ventajas” que traen consigo las misiones internacionalistas a otros países.
La malévola opinión popular es que a los muchachos de provincias que fueron destinados a la capital “solo hay que darles tiempo”. Es decir, que en medio de una sociedad donde son tantas las penurias y tan perennes las carencias materiales de todo tipo, es fácil corromperse. El precio de cada individuo estaría directamente relacionado con sus niveles de necesidades, y es obvio que en la ciudad de La Habana sus necesidades no serán las mismas que tenían en sus provincias de origen.
Por lo pronto, pese a que algunos -quizás malintencionados- aseguran que ya tienen su propio trabajador social para resolver la gasolina, la ciudad acusa ciertos reflejos negativos de la lucha contra la corrupción. Es posible que no haya relación alguna entre los controles del diésel y la carencia de productos del agro en la gran mayoría de los mercados de la ciudad, pero lo cierto es que se hace necesaria una verdadera peregrinación de un mercado a otro del barrio, muchas veces infructuosa, con la esperanza de encontrar alguna col escuálida o algún mazo de habichuelas de dudosa frescura.
Antes de esta nueva batalla por la honestidad, pululaban por la ciudad los camiones de varias provincias del interior, ya fuera con matrícula particular o los propios camiones de transporte estatal o al servicio de las cooperativas de producción agrícola, que usualmente se dedicaban a transportar los necesarios productos hasta los mercados. Ahora los camiones son tan escasos como los productos en cuestión, que no es lo mismo comprar el petróleo “por la izquierda” por un precio de tres pesos corrientes el litro, que adquirirlo legalmente en una gasolinera a 50 centavos de peso convertible, es decir, cuatro veces más caro.
Cada tentativa de luchar contra la corrupción tiene un efecto inmediato sobre la cotidianidad del cubano. La multiplicación de las carencias demuestra que es precisamente el mercado negro, que se nutre de la corrupción, el que provee a los cubanos de aquellos productos que le son necesarios, anomalía de la deformada economía cubana que hemos estado viviendo durante décadas. Esta situación, que trae irremediablemente consigo la corrupción generalizada, fue definida, pocos años atrás, de manera muy ilustrativa:
“Una gigantesca y eficiente red de productos y servicios al margen de la ley funciona a lo largo y ancho del territorio cubano. La oferta de artículos originales o adulterados abarca, desde una aguja de coser hasta un detective privado; desde una linda caribeña hasta una consulta astrológica, desde una reparación de calzado hasta la construcción de mansiones; desde la prensa hasta un documento oficial. A falta de locales propios la red emplea los del Estado, donde comercializan o prestan sus servicios, lo que originó el vocablo Estaticular, es decir, gastos del Estado y utilidades del particular. La fuente principal de abastecimiento es el robo, con la consiguiente corrupción. Los verbos escapar, luchar y resolver, designan acciones para adquirir lo necesario adicional.” (Castellanos, D. 2001)
Por otra parte, ¿qué medidas se van a tomar con los trabajadores originales de las gasolineras quienes, se dice, están en casa “de vacaciones”, cobrando su salario completo? ¿Quedarán desempleados? Porque si es cierto que este experimento purificador tiene una duración de solo 45 días y después pasarán los trabajadores sociales a desempeñarse en otros lugares donde proliferan las irregularidades y malversaciones (léase en las tiendas de pesos convertibles, en los hoteles, en las farmacias, en las bodegas de productos controlados por la cartilla de racionamiento, en cualquier punto de la producción o los servicios donde sea posible sustraer algún beneficio económico o de otro tipo), ¿quiénes serán los ángeles puros que vengan a ocupar su lugar? Habrá que movilizar grandes ejércitos de ellos desde las provincias del interior porque, según declaraciones del presidente, las provincias son honradas, en tanto la capital está llena de corruptos. Aparentemente olvida el detalle significativo de que un alto porcentaje de los habitantes de la ciudad de La Habana procede de esas provincias, y se trasladó hacia la capital precisamente buscando oportunidades económicas que no se les presentaban en sus provincias de origen. En todo caso, ya que existen esas escuelas de trabajadores sociales capaces de formar en pocos meses al soñado Hombre Nuevo, insobornable, no contaminable y con una conciencia químicamente pura, es posible que el gobierno decida mandar a estudiar en ellas a los muchos corruptos, a fin de que sean reeducados.
Otro aspecto a tener en cuenta es el carácter especializado de algunas de las categorías ocupacionales que se pretenden sanear y para cuyo desempeño los trabajadores sociales no están capacitados. Se ignora cuál será la solución que han considerado las autoridades para superar este escollo, pero confío en que ha de ser, como siempre, verdaderamente ingeniosa.
Solo una verdadera propuesta de programa integral que fomente la actitud emprendedora de la ciudadanía como camino de las soluciones materiales y de la recuperación moral, partiendo de la participación de todos los cubanos, así como del reconocimiento a la libertad y a los espacios y oportunidades para todos, crearía las bases propicias para recuperar la dignidad y el valor del trabajo y del esfuerzo de cada individuo y sería el principio del fin de la generalización de la corrupción y del delito económico en Cuba.
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